DIOS NO
ESTÁ AQUÍ HOY
Cuarenta y pico millones de bombillas de
bajo consumo encendidas a la vez, vistiendo con su hipnótico fulgor varias decenas de miles de arbolitos
adornados de tan luminosa forma en honor y para regocijo de nuestro Señor.
¿En serio; de nuestro Señor Dios? ¿Varios
miles de millones de euros invertidos en decorar todo un país que ve como el número
de parados y pensionistas registrados, se acerca peligrosamente al de
trabajadores que aportan algo a la Seguridad Social; para ofrecérselo a la
memoria del Sumo Hacedor, aquel que vino al mundo hecho hombre naciendo en un
pesebre, el mismo que solía rodearse de pecadores, prostitutas y pobres
mientras recorría caminos de arena vistiendo una humilde túnica y un par de
alpargatas?
Dios no está en ninguna de esas malditas
lucecitas que tanto nos gusta observar durante el mes y pico que duran el
Adviento y la Navidad; por cierto, ¿sabéis que las luces se encienden porque
estamos en Adviento, no?
Dios no se dedica a frecuentar ninguno
de los belenes que ocupan las plazas de algunas ciudades y pueblos; yo creo que
prefiere pasearse por los asilos que casi no reciben visitas, por los orfanatos
que se encuentran tan olvidados del Estado como lo están sus moradores de sus
progenitores, por las salas de espera de los hospitales en los que algunas
mujeres lloran mientras esperan una respuesta y ciertos hombres pasean
intentando adivinar una solución para sus preguntas. Algo me dice que a Dios no
le hace demasiada gracia que le agasajen ciertas personas que están pensando en
ofrecerle un par de llamativas luces azules y, acto seguido, correr a comprarse
un nuevo juego de palos de golf que envolverán y dejarán tres días más tarde
bajo un árbol de plástico, junto a otros regalos, a la vista de sus hijos de
cinco y siete años.
Aún a riesgo de que terminen por
excomulgarme, yo diría que Dios no está en la opulencia de ninguna de las
catedrales que en su nombre, en su sagrado nombre, hemos levantado sus hijos y
en las que celebraremos, en breve, su nacimiento a través de una ‘Misa del
Gallo’, a la que asistiremos tras habernos cebado bien a gustito.
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