DE LAS SEGUNDAS
OPORTUNIDADES (Y ALGO MÁS)
Todo empezó con unos cuantos que se fueron
a 'hacer las Américas'; eran otros tiempos, los de nuestros abuelos y
bisabuelos. Nosotros, los españolitos, mandamos sobre todo a gallegos y
asturianos que, después de hacer dinero a lo largo del extensísimo continente
que en su momento extasiaría a Nino Bravo, volvieron como orgullosos
'indianos'; en aquellos tiempos ir a buscar mayor fortuna lejos de nuestras
fronteras, no era motivo de vergüenza, en especial cuando se volvía con un buen
saco lleno de oro y una palmera que plantar en la entrada de casa, anunciando a
los visitantes la clase de arrojados triunfadores con los que estaban a punto
de encontrarse.
Con el tiempo, y gracias a una de las
mejores campañas de marketing de la Historia, terminamos por olvidar que
América, en toda su extensión, comprende más de veinte países, y empezamos a
hablar de América, genéricamente, cuando queríamos referirnos a Estados Unidos
en particular. Así surgió el lema: "América, la tierra de las segundas
oportunidades". Entonces los europeos exportamos mafiosos italianos, matones
del este y un sinfín de mangantes, mentirosos y tramposos de nuestro viejo e
inteligente continente.
Antes de continuar quiero dejar claro que
esto no pretende ser una clase de Historia, nada más lejos de la intención de
quien escupe estas palabras.
Hoy España se ha convertido en la
alternativa europea a la América estadounidense, somos el 'otro país de las
segundas oportunidades'. Por eso se empeñan en visitarnos gentes de todas
partes, desde subsaharianos desnutridos hasta sicarios rusos y rumanos,
pasando, por supuesto, por jubilados germanos pendientes de algún que otro
'arreglillo'. Pero, no es éste el punto sobre el que me gustaría reflexionar;
no, más bien quisiera centrarme en nuestra capacidad regeneradora, auto-regeneradora,
sin parangón, con la salvedad de la Alemania post-Segundad Gran Guerra. Baste
un simple ejemplo que se repite, de forma casi patológica, en la España de nuestros
días; usted monta una empresa, malversa, estafa a la Administración, roba,
explota a sus trabajadores, etcétera, etcétera. Hasta aquí bien, lo normal en
cualquier país capitalista en pleno siglo XXI. Termina por cerrar el
chiringuito -mejor dicho, le echan el cierre-; lógico. Y aquí es donde nuestra
gran y libre nación nos muestra su magnanimidad para con aquellos que, después
de haber errado, lo quieren intentar de nuevo; usted abre una nueva empresa con
otro nombre -dato de vital importancia-, que puede dedicarse a hacer
exactamente lo mismo que su predecesora, esto es, explotar, robar, estafar,
malversar... y todo esto, desde luego, completamente gratis, sin obrar cambio
alguno salvo -eso sí, repito, importantísimo- el nombre o denominación
comercial con el que, una vez más, volverá a operar.
España, donde todo el mundo puede tener una
segunda oportunidad -o tres, cuatro... docena y media-.