Llevo
todo el peso del mundo sobre mis hombros; por eso nunca dejo de luchar, de
estirarme, más para no menguar que para intentar, a estas alturas de mi vida,
crecer.
Nunca
estoy quieta, no sé estarlo. Así he sido siempre, desde muy pequeña: un
avecilla inquieta, saltando de reto en reto, planeando sobre contratiempos,
tradiciones erradas, viejas manías y sorpresas no solicitadas.
Alguna
vez, creo recordar, probé a dejarlo todo estar, intentar que el mundo siguiese
su curso y quedarme ahí, en medio de todo, o a un lado quizá, muy quieta, para
ver las cosas pasar sin que me tocasen demasiado. Pero lo cierto es que no nací
para la inmovilidad; a veces siento que si paro me puedo romper, como el
equilibrio entre protones y neutrones en el núcleo de un átomo cualquiera.
Necesito
acción, respirar profundamente todas las fragancias y aromas que me ofrece la
vida. Necesito saltar, correr, gritar y cantar, llorar y reír a carcajadas; y
necesito hacerlo, todo, aquí dentro, dónde nadie más que quien yo quiera puede
asomarse a cuchichear. Porque mi tiempo, mis recuerdos, mis esperanzas y mis
miedos, todas mis ganas, mis sueños... son completamente míos; eso nadie lo
puede tocar.
INTOCABLE (un retrato)