domingo, 11 de agosto de 2019


Llevo todo el peso del mundo sobre mis hombros; por eso nunca dejo de luchar, de estirarme, más para no menguar que para intentar, a estas alturas de mi vida, crecer.
Nunca estoy quieta, no sé estarlo. Así he sido siempre, desde muy pequeña: un avecilla inquieta, saltando de reto en reto, planeando sobre contratiempos, tradiciones erradas, viejas manías y sorpresas no solicitadas.
Alguna vez, creo recordar, probé a dejarlo todo estar, intentar que el mundo siguiese su curso y quedarme ahí, en medio de todo, o a un lado quizá, muy quieta, para ver las cosas pasar sin que me tocasen demasiado. Pero lo cierto es que no nací para la inmovilidad; a veces siento que si paro me puedo romper, como el equilibrio entre protones y neutrones en el núcleo de un átomo cualquiera.
Necesito acción, respirar profundamente todas las fragancias y aromas que me ofrece la vida. Necesito saltar, correr, gritar y cantar, llorar y reír a carcajadas; y necesito hacerlo, todo, aquí dentro, dónde nadie más que quien yo quiera puede asomarse a cuchichear. Porque mi tiempo, mis recuerdos, mis esperanzas y mis miedos, todas mis ganas, mis sueños... son completamente míos; eso nadie lo puede tocar.

INTOCABLE (un retrato)