miércoles, 26 de febrero de 2014

DIARIO DE UN CONDUCTOR INSOMNE
     Conduces y conduces; atrás dejas kilómetros de humeantes cenizas, restos de un incandescente ayer demasiado lejano. Piensas que seguramente, ahí fuera, habrá dos o tres docenas de personas esperando que te detengas y hagas tu gran truco de prestidigitación, convirtiendo este profundo pozo lleno de emociones informes, en palabras con sentido. La simple idea te hastía y le devuelve a tu pie derecho la convicción de que lo mejor que puede hacer es seguir pisando el acelerador.
     De vez en cuando dudas acerca de tus razones; entonces te detienes por unos instantes, te bajas de tu coche y te aproximas a algún bar de carretera. Antes de cruzar el umbral de la puerta ya puedes oír a un par de tipos dándoselas de listísimos por haberle timado unos pocos cientos de euros a un proveedor, mientras en un rincón un joven desarrolla un elaborado soliloquio acerca de la honestidad y de lo que él haría "con toda esa panda de ladrones". Entonces te giras para mirar a los primeros y, al verlos, piensas que no debieron de ser muy diferentes del muchacho hace unos quince o veinte años. Sientes asco, así que no llegas a entrar; te giras ante la puerta, mientras una camarera con demasiado maquillaje como para atreverse a probar suerte y adivinar si es guapa o fea, le pregunta al recuerdo de tu imagen qué va a ser. Después vuelves a tu vehículo, introduces la llave en el contacto, arrancas, metes primera, quitas el freno de mano cuando ya has comenzado a pisar el acelerador nuevamente y vuelves a toda prisa a la carretera.

sábado, 22 de febrero de 2014

LA VIDA SECRETA DE JACOBUS STOLZ (UN RELATO BREVE)
     La suya era, sin duda, la típica morada de un escritor. Se trataba de una buhardilla ubicada en un edificio del siglo XIX que se alzaba, tambaleante, en una de las calles más antiguas de la ciudad.
     Tras la gran y pesada puerta de auténtica madera de castaño centenario, un único espacio se abría a la vista. A la derecha, algunos armarios sin puerta, llenos de cacharros y utensilios de cocina, un horno de los años ochenta, con un par de fogones encima, y una pequeña mesa con un par de taburetes. A la izquierda, varias estanterías, repletas de libros añejos, con los lomos amarilleados y raspados, un sofá de dos plazas del mismo color que el vino que antes habían contenido las botellas vacías que a su lado se acumulaban. Frente al sofá, en el centro del departamento, una mesa baja de estilo oriental, negruzca, arañada y deslucida, con varios folios garabateados desparramados por encima. Al fondo, bajo una de las dos ventanas de la habitación, un inmenso escritorio flanqueado por algunas montañas de libros apilados sobre los viejos tableros de eucalipto que conformaban el suelo; encima de la mesa una pantalla de ordenador con una gruesa capa de polvo, una impresora descomunal, indudablemente antediluviana, un volumen del Diccionario de la Real Academia, unos cuantos cuadernos de cartoné, algunos abiertos, un bolígrafo Bic verde y un Inoxcrom. Bajo la otra ventana un inmenso colchón apoyado sobre unos palés dispuestos a modo de somier; a su lado una mesita de noche con un flexo y un cenicero sobre ella. Algo más lejos, una puerta, tras ella un cuarto de baño salido de alguna película de los años sesenta o setenta, y otra ventana.
     En cuanto a él... No tenía grandes pectorales que acariciar mientras una perdía la noción del tiempo, ni unas anchísimas espaldas imposibles de abarcar, tampoco un torso modelado por las manos de un Miguel Ángel cualquiera. No, lo cierto es que Jacobus Stolz no era el feliz propietario de un cuerpo irresistible, terriblemente atractivo. Eso sí, era guapo; guapo a rabiar.
     Cada noche de lunes, después de otro trepidante fin de semana buscando en lugares equivocados, ella aparecía en su puerta, esperando que él se levantase, se aclarase la garganta, refrescase su cara, y le abriera, invitándola a pasar. Nada más cruzar el umbral entre el descansillo y el apartamento, ella se lanzaba a su boca con los labios húmedos, abiertos, y la lengua muy tiesa. Le besaba con pasión, desesperadamente, como si de una condenada a muerte asiéndose por última vez a un poco de vida se tratase; mientras se quitaba con una mano los botones de su blusa y con la otra agarraba su cuello, él apretaba sus nalgas con sus manos húmedas. Después del primer asalto, Jacobus Stolz, medio desnudo, empujaba a Martha Strauss contra la pequeña mesa de cocina que se encontraba junto a la puerta, le ayudaba a deshacerse de las últimas prendas de ropa de ella y le hacía el amor allí mismo, sobre el mueblecito. La besaba con odio, reflejo del que se profesaba a sí mismo, y con pena, una profunda e inhumana pena. Acariciaba su terso cuerpo desnudo con violencia y miedo; buscaba en sus pechos el latido de un corazón auténtico, algo real para variar. Nada de la celulosa y la tinta de otro de sus personajes.

jueves, 20 de febrero de 2014

     08:15 a.m., Cafetería Manolo -por ejemplo-, zona centro de una ciudad de poco más de ciento ochenta mil habitantes; un prejubilado con todo el tiempo del mundo empuja la puerta de cristal, completamente transparente, que un joven limpiacristales está enjabonando. Éste le abre, sujeta la puerta y le saluda, "buenos días"; el otro ni responde ni agradece.
EDUCACIÓN
Libre, gratuita, voluntaria.

martes, 18 de febrero de 2014

DESESPERACIÓN EN EL SIGLO XXI
     Vivo con miedo permanente a que suene el teléfono y sea, quien al otro lado se encuentre, otro cliente excusándose por verse obligado a prescindir de mis servicios. Espero con temor e inquietud pre-cardiacos, cada vez que visito a uno de ellos, que ese encuentro sea el último, el definitivo.

lunes, 17 de febrero de 2014

"Este libro trataba principalmente sobre piratas y oro en Hong Kong, pero aportaba alguna información interesante también; decía que vosotros, los chinos, erais grandes amantes de la libertad. Los británicos intentaron convertiros en sus sirvientes, pero jamás les permitisteis conseguirlo. Yo admiro eso, señor Presidente. Sólo tres naciones jamás han sido doblegadas por los extranjeros: China, Afganistán y Abisinia. Esas son las únicas a las que admiro".
Aravind Adiga de su obra 'THE WHITE TIGER' (2008)

jueves, 13 de febrero de 2014

"Oraciones antes de acostarse, los ritos de la infancia, la gravedad infantil. 'Si muero antes de despertar'. Qué deprisa va todo. Ayer un niño, hoy un anciano, y desde entonces hasta ahora, ¿cuántos latidos del corazón, cuántas respiraciones, cuántas palabras dichas y escuchadas? Que me toque alguien. Que me pongan la mano en la cara y me hablen...".
Paul Auster de su obra 'UN HOMBRE EN LA OSCURIDAD' (2008)

lunes, 10 de febrero de 2014

     ¿Quién soy yo, dónde estoy, qué es esta luz tan tenue, y esos ruidos que vienen de ahí al lado, tan lejos?
     Pudiera ser que, en el caso de dar con la pregunta adecuada, encontrase la respuesta que me abriese las puertas del conocimiento. ¿Dónde estás papá? No oigo tu voz desde hace un buen rato; ¿días, horas, años o minutos? Y yo qué sé. Te echo de menos; ven, vuelve y rescátame, sácame de este silencio, de esta luminosa negrura y abre mis ojos, enséñame a ver. Hace tanto, tanto tiempo que sueño con tu cara sin conocerla, que sólo puedo esperar verte sonreír cuando al fin nos encontremos. Pronto, muy pronto.

domingo, 9 de febrero de 2014

ALGO HABRÁ DETRÁS

A TODA COSTA
     Quieren ahorrar, a toda costa, y se van al hipermercado -que es sustancialmente más grande que el supermercado- en lugar de pasearse por la frutería, la panadería, la pescadería o la carnicería. Después llaman a la empresa de limpieza, al carpintero, al pintor y al fontanero, y les dicen a todos ellos que deberían ajustar un poco sus presupuestos, que hay unos rumanos sin papeles -que por lo visto quiere decir que no son personas, sino mulas de carga, esclavos y no humanos, a pesar de la infinitamente mejor rima del calificativo con el gentilicio que con otros como estadounidense o francés, por ejemplo- que están dispuestos, los rumanos no humanos, a hacerlo todo más barato; de hecho, quizá la empresa de limpieza, el carpintero, el pintor y el fontanero debieran despedir a todos sus empleados con papeles y contratar a un par de esclavos, perdón, rumanos de esos a los que explotar. Ya habrá tiempo más adelante para quejarse por la incompetencia, la desmotivación, la falta de profesionalidad y la ausencia de facturas.
     Lo más curioso es que la mayoría de ellos son fruteros, carpinteros, carniceros, albañiles, panaderos, pintores, pescaderos y fontaneros; se pasan el día quejándose de que la gente ya no les solicita sus servicios ni acude a sus establecimientos, saben que antes o después tendrán que colgar el terrible cartel: 'cerrado'. Así que mientras llega la cruel e injusta fecha, y con el único propósito de sobrevivir, se dedican a ahorrar, a toda costa.

jueves, 6 de febrero de 2014

     'TERRIBLE' es una palabra que siempre, por imperativo etimológico, debiera ser escrita en grandes letras rojas.
EL OBSERVADOR
3. Imagínese que ha finalizado sus estudios y lleva ya algunos años insertado en la cadena productiva social; cuéntenos brevemente en qué consiste su trabajo.

     Cada mañana, muy temprano, antes de que el sol asome en el horizonte y la mayoría de la gente salga de sus casas encaminándose a sus respectivos trabajos, antes incluso de que comiencen a pulular por ahí repartidores, panaderos y limpiacristales, tanto que más que temprano quizá debiera decir tarde, cada noche, bien tarde, salgo de casa y me dirijo a una de las calles que antes comenzará a ser transitada y que contará con mayor cantidad de viandantes en unas cuantas horas, elijo uno de los diferentes bancos municipales en ella instalados y que normalmente suelen ser ocupados por abuelillos aburridos o adolescentes inquietos, me siento y me limito a observar. Veo cómo la calma se convierte en movimiento, cómo surge la vida y después deviene; observo a padres agobiados que arrastran a niños entretenidos con el baile de unas moscas que atisban la mierda de un perro sin correa que intenta en vano avisar a su amo de que él ya ha cumplido con su parte del trato. Escruto la mirada de algún que otro policía local que no termina de atreverse a acercarse y preguntarme el motivo de que día tras día permanezca allí sentado, durante toda la mañana. Después de siete u ocho horas, esto es, una jornada laboral al uso, me encamino a mi apartamento, donde abro un viejo cuaderno y comienzo a escribir inspirado por todo lo que he presenciado; ahí comienza mi tiempo libre, mi descanso, mi pasión que, a la postre, suele traducirse en exitosas novelas que me reportan nada desdeñables ingresos gracias a los cuales me puedo permitir seguir, un día más, en un trabajo sin sueldo.

sábado, 1 de febrero de 2014

Blanca nube, nube blanca
que con el viento te enredas,
te vas y escapas;
soñé que era gaviota
y te atravesaba,
creí ser cometa
y mi luz te regalaba,
pensé en acompañarte
y cayendo
perdí mis alas.
Hoy soy sólo una gota más
en medio de tu espesura;
el reflejo que queda
cuando el cielo de piel muda.