OMAR VIAJA A FINLANDIA
jueves, 29 de octubre de 2015
LAS CONSECUENCIAS #77
(o CALIBRAR ANTES DE HABLAR)
-Usted dispone de mucho tiempo libre -me
dijo Nicola sin alterar su serio semblante de estatua griega-; demasiado en mi
opinión, tanto que ha terminado por llegar a este grado de locura tan próximo al
punto sin retorno definitivo: el suicidio.
-¿Suicidio? -exclamé sorprendido-. La
verdad es que no había pensado en ello hasta este preciso instante pero -los ojos
de Nicola, como platos, a punto de salir propulsados de sus cuencas-, ahora que
lo dice... -y sonreí-.
domingo, 25 de octubre de 2015
MIÉRCOLES (O JUEVES, VIERNES... POCO
IMPORTA)
Piernas cansadas, gastadas; siento una
legión de hormigas metafísicas que corretea de arriba a abajo, paseando
incesantemente, de mis muslos a los dedos de mis pies, devorándome poco a poco
hasta la última célula epitelial que queda al descubierto en este ir y venir
frenético que sólo sirve para ratificar que, efectivamente, estoy muerto.
jueves, 22 de octubre de 2015
DE LA VANIDAD ILUSTRADA Y ALGO DE SINCERIDAD
Escribir es un ejercicio de repetición; hay
que practicar a menudo: madrugar, ponerse ropa cómoda, realizar unos sencillos
estiramientos y... ¡a sudar!
La historia no necesariamente ha de ser
coherente; no tiene ni que ser una historia, de hecho; también resulta válido
escoger un bolígrafo cualquiera y comenzar a divagar acerca de... el mismo acto
de escribir, por ejemplo.
Supongo que hay tantos motivos para
escribir como escribientes pululan por el mundo. En mi caso, lo hago por
vanidad. Escribo porque necesito tomar nota de todo, porque adoro
'literaturizar' cada experiencia y eso, convertirlo todo en relato o artículo o
poema o novela, lo hago creyendo que no se me da mal y que todo lo que digo,
además, es importantísimo y no debería perderse en el vacío de las ideas
calladas. Vanidad pues. El hecho de no haber alcanzado fama o reconocimiento a
gran escala resulta secundario, lo importante es lo que yo pienso de mí y de mi
obra. Un escritor es, a grandes rasgos y además de engreído o vanidoso,
individualista, egoísta y sabihondo.
A un escritor de verdad le cuesta ser
sincero, tan sincero como para reconocerlo, pero lo cierto es que, de todos los
creadores que andan por ahí sueltos, los escritores somos los más engreídos y
enamorados de nosotros mismos.
Escribamos pues, y regodeémonos en nuestro
onanismo de papeles salpicados con corridas de tinta y abandonados en las más
altas estanterías de nuestras bibliotecas particulares. Todo bien distribuido
para regocijo secreto de nuestra vanidad ilustrada.
lunes, 19 de octubre de 2015
EL HACEDOR DE PÁGINAS
Aporreaba las teclas de su máquina de
escribir, como un consumado pianista debe de presionar con decisión y destreza
el marfil de un Bosendorfer de hace más de medio siglo, o uno de los primeros
Steinway estadounidenses.
Por aquel entonces escribir era todo un
arte, no un simple negocio con el único objetivo de hacer caja a costa de un
puñado de idiotas con pretensiones intelectuales; qué fácil resulta aparentar
genio cuando uno se pasea con un montón de páginas impresas bajo el brazo,
encuadernadas con una foto retocada de su cara a todo color: así todo sabe
mejor. Pero ese no era su caso, aún no era el tiempo de los 'realities', ni del
papel cuché de la prensa rosa; los días de tertulianos sin formación ni
inquietud alguna estaban a la vuelta de la esquina, pero todavía parecían tan
lejanos que uno podía sentirse a salvo. Jacobus escribía por necesidad, por
amor, con decisión; cada palabra era una sutil caricia lanzada a un destino muy
concreto, cada coma, cada punto, un mensaje en una botella llena de alguna
clase de dulce licor. Por encima de todo, Jacobus creía en el poder de perfecta
sucesión de términos, vocablos, locuciones, voces y verbos; podías contar con
la victoria en cualquier guerra si sabías conjugarlos de la forma adecuada. Así
que Jacobus escribía incesantemente, con el mimo y el detalle que sólo un
artesano sabe poner a su trabajo, elevándolo a la categoría de arte. Cada frase,
una magna obra que se justificaba a sí misma; cada página, un museo dedicado al
mayor invento del hombre social: el lenguaje.
Aporreaba las teclas de su máquina de
escribir mientras, a su alrededor, un millar de aprendices de dios y varios
profetas tomaban minuciosa nota de todo lo que sus resecos ojos veían. No había
tiempo para perder ni una sola palabra; la Historia contaba con ellos.
miércoles, 14 de octubre de 2015
FUEGOS FATUOS
(O LO QUE QUEDA AL FINAL DE LOS DÍAS DORADOS)
Bailaban desnudas, permitiendo que los
rayos del sol del primer verano acariciase sus aún blancas pieles. Se
contoneaban y saltaban, tersos sus glúteos, duros los pechos. Enfrente un par
de muchachos las observaban, la una morena, la otra rubia, boquiabiertos ellos
mientras las dos se acariciaban sus pubis y se pellizcaban los pezones
sonrosados. De cuando en cuando las olas del mar se atrevían a tocar sus pies
haciendo parecer, a los ojos de los chicos, que levitaban sobre las aguas.
En la distancia, mientras tanto, desde un
banco del paseo que rodea la playa, yo les miraba, a los cuatro, desde mis dos
mil millones de años, con desprecio y odio. Desprecio por su juventud y su
inconsciencia, odio dirigido directamente hacia los últimos representantes de
mis recuerdos no olvidados, hacia la última prueba de que la misma mentira que
un día me engañó, volverá a hacerlo una y otra vez, día tras día, durante el
resto de la eternidad.
sábado, 10 de octubre de 2015
domingo, 4 de octubre de 2015
viernes, 2 de octubre de 2015
Suscribirse a:
Entradas (Atom)