ESTÁ EN SU NATURALEZA...
Allí arriba, en el techo de esta pequeña habitación donde suelo
sentarme a escribir y meditar sobre las posibilidades de lo imposible, hay un
sucio plafón que apenas irradia algo de luz; a ellas les da igual, se sienten
atraídas por todo aquello que emana luminosidad, por tenue que ésta sea.
Hace dos semanas, mientras pensaba en alguna estupidez que sólo a mí,
en aquel momento, podía parecerme de trascendencia irrefutable, mis pestañas se
confabularon con la fuerza de la gravedad y terminé por quedarme dormido allí
mismo, en la silla, con la cabeza medio colgando, mirando hacia arriba. De
repente un ruido me despertó, algo como una áspera caricia. Abrí los ojos y allí
estaba ella, atrapada, debatiéndose entre sus suicidas ansias y su deseo de
seguir viva, implorándome un poco de ayuda. Me apiadé de ella; la liberé.
Tres días más tarde, después de volver a quedarme dormido en la misma
posición mientras intentaba leer algo de Faulkner, sucedió algo parecido. Un
leve castañeteo de dientes me hizo abrir los ojos; era ella, nuevamente encerrada,
y esta vez, además, se había traído a una amiga. Algo confundido me incorporé
y, por segunda vez, la liberé, las liberé.
Hace dos noches, en medio de un maravilloso sueño, debido, imagino, a
encontrarme leyendo a Kingsley en el momento en que Morfeo me tocó con su mano,
sentí que todo volvía a pasar. Al abrir los ojos no pude evitar sorprenderme;
en esta ocasión se había hecho acompañar por cuatro de sus hermanas. Con desdén
volví a cerrar los ojos decidió a abandonarlas a su inevitable suerte.
“Está en su naturaleza –me dije-, no pueden evitarlo; perseguir la
muerte es el único objetivo de una polilla”.