PISTA
Nº4
Conducía sin destino, solo, mientras en
su cabeza se repetían una y otra vez, en bucle, las imágenes de la última noche.
La verdad es que todo había empezado
como un juego, cuatro meses atrás; él no era más que otro encantador de
serpientes desplegando todos sus trucos de prestidigitación delante de su
penúltima víctima. Pero había algo en ella; el brillo de sus ojos grises,
profundos, tan nostálgicos que lo único que podían inspirarle era un profundo
deseo de abrazarla con fuerza y besarla sin descanso hasta el fin de los
tiempos. “¿Será esto el amor?”, se preguntaba mientras la contemplaba extasiado
a la mañana siguiente, mientras ella se secaba el pelo, desnuda, a tan solo dos
metros de la cama desde la que él la contemplaba, sorprendido y emocionado como
quien acaba de encontrarse, por casualidad, un ángel en el lugar menos
esperado.
Durante los tres primeros días no la
dejó salir de la habitación; él preparaba algo para almorzar a mediodía y
cuando caía el sol, se ocupaba de atender al teléfono inventándose alguna
excusa que le permitiese a ella permanecer allí, a su lado, una hora más.
Las semanas habían transcurrido y su
pasión y admiración inicial por ella habían dado paso a una profunda devoción;
quién le hubiese dicho, apenas unas horas antes de conocerla, que incluso un
tipo como él, aficionado a la aventura de la seducción y al engaño como
deporte, podría encontrar una persona que le hiciese temblar de emoción ante la
simple idea de su imagen borrosa, acercándose, en una próxima cita. Pero así
era; o así fue durante el breve tiempo que el cáncer terminal que ella padecía,
les regaló.
De la última noche, aquella en que
yacieron desnudos, compartiendo el poco calor que aún les quedaba a ambos, bajo
las sábanas, en el silencio de una fría habitación de hospital, hacía ya más de
un año; pero para él, aquellos últimos besos, aquellas caricias tan tristes
como sinceras, mientras en su cabeza se repetía incesantemente la misma
canción, lo eran todo. Conducía; lo hacía cada noche desde entonces, sin
descanso, sin destino o rumbo, intentando resucitarla mientras se afanaba en
mantener vivo su recuerdo, oyendo una y otra vez, a través de los altavoces de
su coche, la triste melodía de la pista número cuatro.