domingo, 28 de febrero de 2016

DESESPERADO
     Lea usted, por favor; lea usted, mucho, variado, vital, testimonial, filosófico, necesario, fantástico, científico, moral, profano, epitáfico, poético, mundano. Lea usted -dijo el 'negro' oficial de al menos una veintena de escritores de reconocido prestigio-; lea, o perderé mi trabajo.

sábado, 27 de febrero de 2016

     Y usted, en qué momento vital se encuentra; quizá haya comenzado a pensar en el ocaso de los días luminosos, tal vez ya sienta el frío que suele acompañar la pérdida del negro manto que solía cubrir la máquina de ideas personal. Imagino que a estas alturas ya lo sabrá todo; al menos así lo creerá. Pero, permítame que, aunque apenas sirva para entretenerme un poco a mí mismo, eleve durante un rato la voz; después de todo, hoy es el día más triste del año, hoy es mi cumpleaños, y creo que me merezco esta pequeña transgresión.
     Tome nota: sólo los tontos miran hacia dentro; así que sitúese delante de los escaparates, siempre de espaldas a ellos y, megáfono en mano, rete al último de los filósofos capaz de caminar entre las fieras sin echarse a temblar. Después de un buen rato mirándose a los ojos, sosteniéndose mutuamente las turbias miradas, podrán disfrutar de una partida de dialéctica-rotativa-psicodélica-inmóvil. Sin duda, les será de provecho; aprenderán técnicas de supervivencia y disuasión con las que salir airosos de futuros encuentros sociales no deseados.
     Hasta aquí el último de nuestros innecesarios comunicados que nadie ha solicitado. Usted verá qué hace con la información recibida. Sea feliz, si es que puede, y manténgase alejado de los diferentes libros que recogen y reeditan y recopilan las distintas reflexiones de Henry David Thoreau. Yo ya se lo he dicho, el que avisa no es traidor.

martes, 23 de febrero de 2016

"¡Dioses, qué contento estoy de haberme librado de esa soledad chillona, de esa abundancia vacía, de esa juventud senil!".
Friedrich Nietzsche acerca de la asociación universitaria 'Franconia', tras abandonarla en 1865.

viernes, 19 de febrero de 2016

     Los hombres felices sonríen. Los hombres tristes, que odian que los demás sepan cómo son, sonríen para fingir una felicidad plástica ideal.
     Yo no sonrío, nunca, o al menos no siempre, no mucho; soy un infeliz hombre honesto.

domingo, 14 de febrero de 2016

Vivir como viven: las personas,
esa otra gente tan normal
que en nada se parece
ni a ti muchos días,
ni a mí ninguna noche.

Vivir a crédito,
a todo trapo,
a toda vela:
coches, máquinas, ácidos,
áticos... queso curado y
un buen vino tinto
mientras la cabeza coge polvo
sucio y blanco.
Y hablas de la pureza;
el llanto de un niño,
la sonrisa de una niña,
nada que ver
con un estúpido armado,
bolígrafo en mano, listo
para alguna clase de acción.

Escribir a trompicones:
cabezadas, madrugones y
demasiada cafeína circulando
dentro de las venas,
así que te alteras y yo,
que soy como soy,
mientras tanto, sonrío
dejando ver entre los labios
gruesos y sucios,
la oscuridad eterna
del pozo sin fondo conocido.
Pero no dejes, nunca,
bajo ningún concepto, so pena capital,
que nadie imite esta locura;
todos vosotros tenéis derecho
a la sonrisa más pura.

Podrá un día no haber poetas
y entonces,
¿quién sabrá ver la poesía?

miércoles, 10 de febrero de 2016

     Una caja, negra, brillante; una caja de... no, más bien un cajón: cuarenta centímetros de largo por treinta de ancho y otros treinta de alto. Algo así como una impresora de las de antes, un armatoste en toda regla; de madera, no cartón: robustez efímera, transigente con la insistencia. La pintura es de un tono tan negro y brillante que no acepta adjetivo; no es noche de luna nueva ni azabache, no es petróleo o muerte, ni futuro incierto ni pasado borrado. Sencillamente es negra, tanto que nadie puede ver que es de madera; sólo si alguien se atreviese a tocarla, a acariciar su superficie y recorrer sus imperfecciones y astillas, podría identificar el material del que está hecha. Pero para eso alguien, ese alguien en el que tú y yo estamos pensando en este momento, debería atreverse a estirar el brazo y extender su mano sobre ella; y eso, ambos lo sabemos, no va a pasar. ¿Por qué? Porque todo el mundo tiene miedo; hay quien teme la oscuridad, la noche perpetua, hay quien teme la llegada de la luz al final del túnel o al comienzo de la jornada. Por encima de todo, las personas, tú y yo y esa persona en la que ambos estamos pensando, temen, tememos que los demás sepan de aquello que nos aterra. Y esa caja negra, llena de posibilidades terroríficas, podría encerrar, precisamente, aquello que más teme la persona que tenemos en mente; y eso resulta francamente difícil de gestionar: cómo...

sábado, 6 de febrero de 2016

HOME SWEET HOME
     Acababa de coronar por primera vez el Monte Naranco, ese con el que he crecido al lado toda la vida, con sus árboles y sus casitas y sus vacas y ovejas y caballos y gatos locos y perros tranquilos, con sus praderas y sus monumentos prerrománicos, con sus miradores, sus asadores y sus flores, y muy especialmente, con su Cristo.
     Para el común de los corredores ovetenses esto es algo habitual, una tradición con la que uno cumple al menos un par de veces al año, quizá al mes; hay quien incluso lo hace todos los fines de semana. Para mí, en cambio, esto era un reto, todo un reto. Cuando comencé a correr, hace unos diez años, yo ya había alcanzado los veinticinco, edad a la que uno, se supone, está al máximo de su potencial físico; a partir de ese momento, por mucho que uno se esfuerce, sus capacidades van a menos: podemos mejorar, pero nunca sabremos de lo que habríamos sido capaces de haber empezado un poquito antes. El caso es que yo jamás he tenido aptitudes reales para la práctica de ningún deporte; siempre digo que, cuando corro, hay muchas posibilidades de que más de una de las personas que se cruzan conmigo piense que debería llamar al 112 y darles mi posición, por lo que pueda pasar. Si a esto le añadimos que hace cinco años aproximadamente, varios traumatólogos me exhortaron a que abandonase mi empeño en continuar corriendo, so pena de destrozarme definitivamente las rótulas y las caderas e instalarme para siempre en el reino de las lumbalgias, podemos entonces comprender por qué alcanzar el punto más elevado de este símbolo de mi ciudad era, más que una obligación, un objetivo.
     En fin, lo conseguí; atrás quedaban cinco años de empeño y dolor, algún que otro intento fallido y abortado por culpa de una vomitona madrugadora o un calambre fatídico. Llegué arriba, con mis piernas torpes y temblorosas, con mis pies quejicas y mi espalda retorcida. Y lloré, como un niño; lloré ante la imponente imagen de Jesucristo, de Dios hecho hombre para sufrir como nosotros y sudar y sangrar..., y allí estaba yo, un tío que no podía hacer lo que acababa de hacer. Y lloré.
     A la vuelta -porque todo lo que sube tiene que bajar- mis pies me mandaban mensajes todo el rato: pero qué has hecho tronco, estás loco, te vas a enterar el resto del día. Pero me daba igual, yo era incapaz de prestarles atención; todo lo que podía oír en mi cabeza era la melodía del 'Home sweet home' de Mötley Crüe. A mí nunca me han entusiasmado mucho estos cuatro californianos, la verdad, pero... he de reconocer que este tema tiene algo. Además, oírlo mientras regresas a casa después de... lograrlo..., sencillamente te deja sin palabras.

Sabes que soy un soñador
con el corazón de oro,
tengo que correr rápido hacia arriba
para no volver a casa cuesta abajo.
Que algunas cosas no fuesen bien
no quiere decir que siempre fueran mal,
simplemente quédate con esta canción y
nunca te sentirás sólo y abandonado.
Llévame en tu corazón,
siénteme en tus huesos,
tan solo una noche más
y llegaré al final
de esta larga y sinuosa carretera.
Estoy en camino,
estoy en camino;
hogar, dulce hogar.
Sabes que he visto
demasiados sueños románticos:
arriba las luces, la pantalla oscureciendo.
Mi corazón es un libro abierto
que todo el mundo puede leer;
a veces nada puede mantenerme quieto
Estoy en camino,
estoy en camino;
hogar, dulce hogar.
Esta noche, esta noche.
Estoy en camino,
estoy en camino;
hogar, dulce hogar.

(Home sweet home. traducción adaptada de Israel Lozano)

jueves, 4 de febrero de 2016

EXTRACTO DE UNA TRISTE VIDA
     Al fin había llegado el invierno y, como cada comienzo de temporada, acababa de incorporarse un nuevo aprendiz. Esta vez se trataba de un estudiante de empresariales, de derecho o algo así; un universitario, uno de esos listillos que sólo buscan una forma fácil de conseguir algo de efectivo para el fin de semana mientras se meten en la cabeza ingentes cantidades de información con la esperanza de que algún día les sirva algo. Nada que ver con los zafios muchachos que supuestamente, esperaban encontrar un trabajo con el que independizarse económicamente de sus padres y darse la buena vida. Normalmente estos últimos duraban más que los universitarios, aunque el motivo de su 'abandono' resultaba más cruel: una vez juzgaban haber aprendido lo suficiente, se independizaban también de su mentor y, de paso, intentaban levantarle algún cliente. Los estudiantes, en cambio, siempre eran más sinceros: tenían claro que aquello duraría lo que durasen sus estudios, vacaciones de verano a parte, y así se lo hacían saber a su maestro al entrar a formar parte de la plantilla.
     Por lo tanto, quedaban por delante dos años, puede que algo más si alguna asignatura se resistía, de media-jornadas laborales en turnos cambiantes a los que López, profesor de limpiacristales por más de treinta años, ajustaría toda su vida con el único fin de no causarle excesivas molestias al pobre joven aprendiz que, jamás lo dudaba, haría todo lo que estuviese en su mano por ser realmente eficiente y rentable.
     En el fondo, López se sabía un tanto imbécil; a menudo pensaba, no sin razón, que el más inepto de todos los operarios de limpieza es el encargado: vestido de faena y con los guantes por estrenar. Así que jamás se atrevía a 'ponerse en su puesto' y meter en cintura a cualquiera de aquellos muchachos irreverentes o estúpidos con los que se veía obligado a convivir durante cierto tiempo; en cambio, prefería agacharse, meter la mano en el cubo de fría agua enjabonada y enseñarles qué tenían que hacer.
     A López le fallaba -así lo sentía él- la coherencia; era como un bebedor que se atiza la primera copa de vino a media mañana al tiempo que sueña con un día, sólo un día entero, sin probar el alcohol. Al final terminaba pensando, no le quedaba más remedio, que jamás se podría quejar por su suerte; sólo los hombres que siguen empeñándose en vivir tienen derecho a respirar.