domingo, 30 de agosto de 2015
jueves, 27 de agosto de 2015
jueves, 20 de agosto de 2015
AHORA QUE NO ESTOY (pt.17/18)
Ayer volvió a pasarme; últimamente parece
que todo el mundo tiene más confianza en mí que yo mismo. Oigo frases como
“este chaval va a llegar lejos” o “si los que mandan pensasen como tú...”, y me
pregunto por qué no mando yo. ¿Hace falta realmente ser uno de los que manda
para hacer algo?
Hay que cambiar el mundo. Cambiar... El
cambio y la presencia perpetua, la perduración en el tiempo de un algo, el que
sea ¡da lo mismo!, que ate por siempre un nombre a una imagen. El recuerdo, la
memoria, la imaginación..., la memoria imaginada -que no es lo mismo que
inventada- y ¿el recuerdo soñado?
Mi padre y su legado oculto en mis venas;
simple sangre.
Cuando era un crío no conseguía entender
qué satisfacción, qué bien supremo y superior podía encontrar mi padre en el
acto de salir a correr. Correr...; ¿qué podía -y puede- darle el correr a mi
padre, que compensase los tobillos doloridos, los ocasionales mareos y nauseas,
vómitos y los más que habituales retorcijones de estómago?
***
Me dijeron que el mundo no podía ser
cambiado y entonces supe cual era mi destino. Oí que no había nada que fuese
para siempre y conocí mi camino.
***
Hace setenta y cuatro días que empecé a
correr. Aún no sé muy bien cómo explicar porqué empecé a hacerlo, pero sí sé
que llevaba mucho tiempo intentando ignorar cierta necesidad de hacerlo. Me
siento libre.
Intento imaginar lo que supone para un
quinceañero de los últimos años sesenta esa sensación, libertad...; “nadie
puede arrebatarme este momento, y jamás podrá hacerlo”. Comienzo a entender a
mi padre.
Mi padre creció en una España en la que los
jóvenes sabían que existían libros que no les estaba permitido leer, discos que
no podían escuchar y películas recortadas y prohibidas para todas las miradas.
Por otra parte, el deseo, la necesidad. Y en medio de todo esto, las gotas de
sudor resbalando por la frente, recordándole a uno que está vivo, que ese
corazón que ahora galopa apropiándose del ritmo de cualquier pensamiento, es el
suyo, que estas piernas temblorosas, aún pueden recorrer un kilómetro más, que
no hay más límite ni barrera que los de mi propia voluntad.
Han pasado veintiocho años desde mi primera
mirada y creo (intuyo que además es cierto) que por segunda vez en mi vida
empiezo a comprender. Dicen que el vino mejora con el tiempo. Vino tinto, tinta
roja; mi sangre otra vez. Y en ella, el reflejo de mi pasado, el recuerdo de un
nombre: Lozano.
Todos y uno, como los mosqueteros. Entiendo
mi propia deuda histórica.
***
Hoy he salido por primera vez a la
carretera. Me siento como si todo volviese a empezar otra vez. Una nueva
oportunidad, para mí y para todo el peso de mi espalda. Está bien, esto está
bien.
A veces, mientras corro, sin ningún motivo,
me entran ganas de llorar. En cambio, otras me apetece -y no puedo evitarlo-
reír y levantar los brazos en señal de victoria e intentar volar.
***
Creo que
hoy, por fin, he comenzado a conseguirlo. Y ahora, nada me va a parar.
jueves, 13 de agosto de 2015
AHORA QUE NO ESTOY (pt.16/18)
Estaba abrillantando el portal de una de
las comunidades que han tenido a bien contratar mis servicios para el
mantenimiento de las mismas -vamos, que soy 'el de la limpieza'-, cuando oí a
mi espalda un leve crujido de zapatos que hizo que me girase.
-Hola
-Hola; no te preocupes, puedes pisar.
El muchacho, un veinteañero con síndrome de
down -no he dicho que lo sufra ni que lo padezca, ojo, simplemente con síndrome
de down- se ha percatado de que intento no pisar la zona donde estoy aplicando
una mano de cera y, supongo, no está seguro de poder pisar el lugar en que
ahora están sus zapatos negros de cordones, sin molestar o interferir en mi
trabajo.
-No te preocupes hombre... -insisto-,
puedes pisar.
-Gracias. ¡Hasta luego!
-Hasta ahora.
Apenas un minuto más tarde, el ascensor en que
el muchacho acaba de subir hasta su planta, en compañía de una caja de cartón
en la que guardo un par de botes de cera, está de nuevo en el portal. El chico,
lo ha enviado de vuelta.
Y ya no
hay más que decir.
jueves, 6 de agosto de 2015
AHORA QUE NO ESTOY (pt.15/18)
He aquí una última revelación, una última
reflexión cazada al vuelo y devuelta al aire en pleno proceso de expulsión, de
autodefinición. Que cada cual la llame como prefiera; el caso, un último apunte
acerca de la división del género humano para su catalogación.
Me gustaría saber cómo enunciar esta idea
con un tono lo suficiente solemne, como para dotarla de cierto tinte académico
-un verdadero hándicap personal del que pocas veces consigo distanciarme-, pero
en ocasiones, no hay mayor autoridad que la simplicidad, y ésta es una de esas.
Como buen estudiante -que lo fui- de
matemáticas, sigamos un modelo inductivo y comencemos por un claro ejemplo
antes de llegar al enunciado de mis conclusiones.
***
Segunda mitad del siglo XVIII; el austriaco
Wolfgang Amadeus Mozart es considerado un auténtico genio -algo indiscutible
hoy en día-. Mientras, su 'rival' el italiano Antonio Salieri, apenas es
catalogado como grande.
Por otra parte, nadie se atreve en nuestros
días a afirmar que Beethoven fuese un genio aún mayor que Mozart, incluso a
pesar del mérito añadido de sus logros siendo sordo. A su lado nunca hubo
ningún Salieri, ningún grande con el que rivalizar. Y qué decir de la
culminación de la música clásica de manos de Johann Sebastian Bach.
Sin embargo nadie como Mozart. Y, ¿por qué?
Sólo cuando un grande se encuentra rodeado de otros grandes, y consiga alzarse
por encima de ellos -aunque a penas lo haga ligeramente-, alcanzará el
reconocimiento general y el estatus de genio.
Mozart le debe mucho más de lo que quisiera
al señor Antonio Salieri.
¿Lógica? En ningún momento he pretendido
que lo fuese -ni tan siquiera que así lo pareciese-.
***
En cuanto
a mí... Simplemente decir que soy parte de la última generación realmente
creativa de este país.
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