domingo, 30 de junio de 2013


HOMENAJE A SAMUEL BECKETT
     Allí delante hay un tipo, en pie, frente al acantilado. Puede que esté pensando en saltar, aunque no lo sé; el tipo no soy yo, o puede que sí. Tal vez yo sea él y he salido de mi cuerpo para echarme un vistazo en la distancia, desde fuera, no lo sé, podría saberlo -supongo- pero ahora no tengo ni idea. Podría ser, también, que sean ambos, él y otro; uno que siente y otro que opina, uno que vive y otro que sueña, uno anclado en la realidad y otro que es pura fantasía o quiere serlo. Podría saberlo -imagino- pero aún no tengo claro si lo quiero saber.

martes, 25 de junio de 2013

TE VI EN UN SUEÑO
-CARTA A UNA HIJA POR LLEGAR-
      Acababa de nacer, aunque ya tenía el aspecto de una cría de diez u once años; nadie podía entenderlo, ni siquiera su padre, ni siquiera yo.
     Su cuerpo temblaba, de la misma forma en que lo haría si tuviese frío, mucho frío; sus grandes ojos castaños buscaban nerviosamente un punto en el que fijarse y encontrar algo de paz. Sus cabellos, demasiado oscuros para ser rubios y excesivamente claros para ser castaños, estaban humedecidos por el sudor. Tan pronto como caí en la cuenta de que era ella, mi hija, y de que algo la atormentaba, corrí a estrecharla entre mis brazos y susurrarle "tranquila hija mía, desde hoy, mi misión en la vida es cuidar de ti, hacer que tú seas feliz". Ella me abrazaba firmemente, con una fuerza descomunal para una recién nacida, aunque ya fuese toda una niña de diez años. Nadie era capaz de entender su temor, el motivo de su inquietud, de su desazón ...ni siquiera yo, su padre.
     Ella sabía que pronto, muy pronto, estaría definitivamente en este mundo, y no sólo en el reino de los sueños, donde el tiempo y el espacio no existen. "Entonces -me dijo-, cuando nazca, olvidaré todo lo que ahora sé; tendré que volver a aprenderlo todo, incluso a hablar, a atarme los zapatos, a distinguir los colores..., a descubrir quién soy en verdad".
     Tranquila hija mía; tú eres, y siempre serás, mi ángel, mi luz, mi salvación; y a recordar todas esas cosas, que no son tan importantes como parecen -hablar, andar o escribir-, incluso yo te puedo ayudar.

lunes, 24 de junio de 2013

     El teléfono ha estado sonando toda la tarde; bueno, en rigor, lo ha hecho doce veces, entre las tres y cuarto y las ocho y media, lo que, en mi opinión, es más que suficiente para decir que ha sonado durante toda la tarde. ¡Doce veces en poco más de cinco horas! Después lo he desconectado de la toma de red. Por lo que yo sé, podría haber seguido así, dando la lata hasta el día del Juicio Final; no he querido arriesgarme a comprobarlo.
     De las doce llamadas una ha sido de mi madre, dos de un par de clientes que necesitaban que les confirmase unos datos y nueve, NUEVE, han sido realizadas por contestadores automáticos propiedad de dos compañías telefónicas. Lo hacen así; un ordenador marca aleatoriamente un número extraído de una base de datos, si nadie descuelga antes de que finalice un ciclo de tonos, o contesta pero cuelga tan pronto como comprueba que se trata de uno de esos contestadores, el artefacto insiste una y otra vez hasta que alguien responde y espera pacientemente. Entonces el ordenador le cede el turno a un operador humano que, normalmente, se encuentra a varios miles de kilómetros de la persona que espera al otro lado de la línea, en un uso horario distinto; así que mientras tú descuelgas el teléfono después de una jornada de trabajo intensa, cansado y deprimido, tu interlocutor acaba de comenzar la suya, lleno de vitalidad, energía y ganas de 'convencer'.
     Las nueve llamadas han comenzado de la misma forma, todas ellas; un operador que, en todos los casos, decía llamarse Jose Algo -Francisco, Manuel, Antonio, José-, preguntando por el encargado de telecomunicaciones para poder presentarle las últimas y ventajosas novedades de su compañía que, sin posibilidad de duda, supondrían una clara mejora de las condiciones que actualmente uno tenga contratadas con el operador de comunicaciones que sea -aunque éste pueda ser el mismo al que él representa-.
     Ante todas las llamadas me excuso tan pronto como el tele-operador de turno me lo permite, le explico que hace unos días he renovado todos los servicios de telecomunicaciones con la empresa con que los he tenido contratados durante los últimos tres años -algo que, además, resulta ser cierto y no la excusa cotidiana-.
     Dos de las nueve llamadas terminan ahí, los operadores me agradecen mi tiempo y se despiden con educación; las otras siete no. Vuelven a la carga, intentando convencerme de un presumible error monumental, insinuando que les he mentido o incluso -esto ha sido la gota que ha colmado un vaso que llevaba un buen rato a punto de desbordarse, el de mi paciencia-, retándome  a demostrarle al último fiel empleado de cierta corporación nacional de cuyo nombre no quiero acordarme, que efectivamente, acababa de renovar mi permanencia con otra firma hacía escasos dos días. Y entonces, tras colgarle el teléfono sin educación ni remordimiento alguno por mi parte, he decidido arrancar el cable de la toma de red.
     Ahora me estoy tomando una cerveza bien fría, han pasado diecisiete minutos desde mi decisión y, sinceramente, me siento muy bien; puede que no vuelva a 'conectarme' nunca más.

sábado, 22 de junio de 2013

¿ROJO O VERDE?
     Si yo fuese profesor -da igual de qué materia, poco importa en qué curso o centro educativo- jamás utilizaría bolígrafos de color rojo para corregir los exámenes de mis alumnos.
     Dejando a un lado el tema estético -de hecho, se trata de un color, éste, que a mí personalmente me resulta atractivo; quizá por ser el color de la sangre o el de la pasión-, lo cierto es que se trata de un color idóneo para ponerle a uno en posición defensiva; '¡peligro, algo va mal!'. Resulta difícil evitar, cuando uno recibe un escrito suyo corregido con anotaciones en rojo, caer en la desolación que suele acompañar a la sensación de fracaso y centrarse en los errores como parte del aprendizaje. Todo sería tan distinto si un examen -o el manuscrito de un escritor que llega a las manos de un editor dispuesto a echarle un vistazo- fuese revisado -que es una forma más positiva y optimista de corregir- bolígrafo verde en mano... Sin duda el verde destacaría tanto como el rojo, o casi, en un mar de letras negras o azules -los colores comúnmente utilizados- pero, a diferencia del clásico tono colorado, aportaría a las acotaciones realizadas por el corrector, un carácter bien distinto, un toque de esperanza; la de que en la siguiente ocasión, en un futuro próximo, la lección esté aprendida y todo vaya mucho mejor.

jueves, 20 de junio de 2013

“Casi ninguno de los hombres que han influido poderosamente sobre sus semejantes o han dado impulso y dirección al progreso dispusieron de grandes bienes de fortuna”.
Armando Palacio Valdés de su obra ‘EL ORIGEN DEL PENSAMIENTO’ (1893)

martes, 18 de junio de 2013

LA VERDAD NO ENTIENDE DE VOCES
      No seré yo quien vaya ahora a comulgar con el célebre déspota,  el terrorista manifiesto, el contumaz tirano... pero, algunas cosas son verdades -tal y como decimos en España- como puños, inquebrantables, sean pronunciadas por quien sean pronunciadas.
 
     Habrá que reconocerlas; al César lo que es del César. De eso, cree un servidor, va la integridad.

domingo, 9 de junio de 2013

     Nada, nada de nada -se repetía Carlos constantemente-; lo cierto es que no tengo nada que ofrecer, soy como el tipo aquel de la canción de Bowie.
     Estaba claro que Carlos se había ido hundiendo, ignoro si poco a poco o de golpe, en un pozo del que ahora no sabía o no quería salir. Se pasaba los días echándose cosas en cara a sí mismo: recuerdo cierta Navidad -le escribió en una carta a su esposa, carta que jamás llegó a enviarle- en que tu hermano le hizo un regalo a su futura mujer que provocó en ella saltos de felicidad y emoción, como un niño al que los Reyes Magos deciden traerle lo que de verdad desea y no un sucedáneo de sus ilusiones. Ignoro -proseguía la misiva- qué podría hacerte reaccionar de la misma forma. Si ni tan siquiera valgo para darte un hijo...; entiéndeme, sé que podemos tener un hijo, probablemente, pero para ello necesitamos de la ayuda de un médico -cierta enfermedad juvenil había dejado a Carlos al borde de la infertilidad-. Un médico..., un médico puede darte un hijo, yo no; aunque sea mío. Un médico..., un médico que coja algo mío y lo arregle lo suficiente para que pueda servirnos de algo; un médico que arregle algo mío, yo no tengo arreglo.
     Es un hecho, Carlos estaba, y continúa estando, jodido. Abatido, derrotado, desesperado, caído, vencido... prácticamente muerto.
     Por suerte yo no soy Carlos, podría serlo, podría verme superado por mis dificultades biológicas para alcanzar la paternidad, pero no es así. Yo, al igual que Carlos, no puedo ser padre sin la ayuda de un médico que juguetee con mis defectuosos soldaditos, también en mi caso todo es culpa de una enfermedad que padecí cuando no era más que un muchacho que poco podía pensar en futuros descendientes. Yo podría ser Carlos, es cierto, pero no lo soy; he estado cerca de convertirme en él, no puedo negarlo, pero mi mujer, mi suegra, mis padres y mis amigos, mi gente, no me lo han permitido.
     Ahora, sentado frente a estas hojas que estoy garabateando con decisión, no puedo evitar sonreír. Hace unas horas el teléfono sonó y al otro lado, un médico especializado en arreglar cosas que no funcionan del todo, nos informaba de que siete embriones nuestros, siete proyectos de persona en su más esencial forma, están listos para salir adelante. Siete de ocho posibles; y eso que decían que lo habitual son cinco, a lo sumo seis de ocho. Siete..., siete luchadores natos, siete super-hombres en potencia, siete promesas, siete esperanzas. Siete... mi nuevo número de la suerte.

jueves, 6 de junio de 2013

     Fueron tres días harto complicados. En primer lugar estaba la fiebre, que desde que se manifestase por primera vez, el domingo, no había bajado nunca de los treinta y ocho grados. También estaban las nauseas, los accesos de tos, la desorientación que acompañaba a la fuerte sensación de mareo y una cefalea mordaz. Por otra parte, el teléfono no dejó de sonar ni un segundo, así que, al menos, no tuvo tiempo de preocuparse por lo que se le venía encima; a estas horas, imagino, todo habrá acabado y ya no tendrá vuelta de hoja.

sábado, 1 de junio de 2013

“El arte de pintar bien no exige nacer artista. Los marcos de mis ventanas, recién pintadas, lo testimonian. ¡Ni un solo chorretón en la madera, y el cristal impoluto!”.
José María Izquierdo de su obra ‘EL JARDÍN DE EPICURO’ (2013)