jueves, 29 de diciembre de 2016

¿DE MILAGRO?
     La supervivencia, ese concepto que nos habla de la vida más allá de las condiciones adversas o después de determinados acontecimientos relevantes; es normal que uno tienda a pensar que se trata de un término con macro-pretensiones, algo así como la supervivencia de la especie a pesar de algunos de sus más insignes especímenes, pero lo cierto es que la supervivencia individual, lo que vendría a ser una micro-supervivencia, tampoco debe ser desechada como objeto de estudio.
     Para mí resulta un completo misterio la increíble sostenibilidad que ha alcanzado nuestra sociedad a pesar de haber perdido por completo el sentido de supervivencia personal. Como es lógico, este tipo de planteamientos, estas cuestiones y su desarrollo, se ven más claramente cuando son ilustradas a través de ejemplos simples, reconocibles y que, por lo tanto, todos podemos identificar con la experiencia propia. Procederé pues.
     Yo tengo un par de vecinos: una señora mayor francamente desagradable, metomentodo, sabihonda y autoritaria, que está casada, Dios los cría..., con un abuelito sucio, quejica, borde y completo desconocedor del jabón. Tendrán unos setenta y pocos; a juzgar por sus andares pesados y sus movimientos desacompasados, ni sus caderas pueden dar mucho más de sí ya ni sus huesos en general están en su mejor momento. Vamos, que de precisar salir corriendo, o protegerse con sus propias manos valiéndose de sus escasas fuerzas, de un agresor furibundo, lo llevarían claro. Aún así la una ordena, avasalla y discute todo lo discutible -lo demás, también- con la premisa de llevar razón 'por ser vieja', y el otro bromea sin pudor ni respeto con cuestiones ajenas que debieran ser intocables. Tal actitud les pone, a mi entender, en lo que podría ser un punto de mira improvisado por cualquiera de sus vecinos; yo mismo, sin ir más lejos, en más de una ocasión he sentido el casi incontrolable arrebato homicida de lanzarme a por ellos con el puño bien cerrado y partirles la cara. Así, como suena.
     ¿Cuántos como ellos moran nuestras ciudades? Octogenarios impertinentes, minusválidos maleducados, discapacitados engreídos; simplemente siguen vivos por una sencilla cuestión que va más allá de la suerte que ahora mismo todos ustedes tienen en la punta de la lengua, y ésta es la corrección política. Ni uno sólo se quedaría intacto de no ser porque socialmente está mal visto abusar, especialmente de forma física, de todo aquel que nuestra sociedad presuponga en inferioridad de condiciones, lo que por otra parte no deja de poner en evidencia la hipocresía con que se defiende a cualquier supuesto inferior con independencia de que sus virtudes lo hagan merecedor de tal respeto.
     En definitiva, y resumiendo un poco, muchos de nosotros seguimos vivos a pesar de nuestro empeño en dejar de estarlo. Entenderán ustedes que ahora me despida abruptamente, sin preámbulos ni divagaciones de regalo, pues soy muy consciente que tras lo expuesto más de un lisiado con mal carácter querrá echarme el guante y un servidor, lo que se dice fornido o veloz, a qué engañarnos, no lo es y, cosa curiosa, sigo empeñado en resistir a pesar de mi incapacidad para cerrar la maldita bocaza.

sábado, 24 de diciembre de 2016

KEEP ON FIGHTING
No lo permitas,
el de-ve-nir... no te debe superar;
aunque la inevitable bruma
de la soledad,
la triste certeza
de la realidad
y el tedioso círculo
de la prudencia
-porque la prudencia, como el miedo,
mata el tiempo dando vueltas y
más vueltas
delante de tu puerta
cuando no sabe qué hacer-
pretendan asolar
el castillo que tanto te ha costado
edificar:
tu identidad, tu vida, tu razón;
no olvides que, después de todo,
tras el primer corte profundo
todos empezamos a sangrar.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

HISTORIA DE UNA CARTA DE AMOR QUE NUCA SERÁ ENVIADA
     Todo comienza con nuestras miradas encontrándose, nuestros ojos retándose, las pupilas desafiantes; después viene el primer beso, ligero, sedoso, más hambriento que sediento.
     En mi imaginación hemos hecho el amor cientos de veces, tantas como días nos hemos visto desde aquel primer viernes hace ya veinte años; puede que incluso alguna más.
     Siempre es igual. Con la llegada del último día de la semana laboral tú apareces con tus cajas, tus albaranes y tus partes de entrega; yo siempre me siento con ganas de arreglarme con la mañana, 'hoy me encuentro un poco coqueta' me digo frente al espejo, justo antes de girarme y abrirte la puerta. Entonces te sonrío y tú, me respondes; yo me derrito. Durante unos diez, quince minutos, charlamos; son tantas las cosas en las que coincidimos, tantos nuestros encuentros, que parece imposible pensar que lo nuestro podría no funcionar. Claro, todo esto lo digo desde la distancia prudente, desde mi encantada estancia en el misterio.
     Cuando llega la hora de despedirnos... ahí es cuando, siempre, veo en tus ojos un desafío o una invitación, una suerte de cómplice sonrisa que me confiesa que tú también lo estás deseando, que anhelas el beso. Pero yo dudo, tú no te atreves; nos dejamos escapar. Otra semana más. Mes tras mes, los años sucediéndose.
     A veces me pregunto si algún día dejará de ser así, si conseguiremos dar el salto y cruzar nuestros límites; aunque sólo sea una vez, por un simple sentimiento deudor de nuestras íntimas necesidades. Expectativas; ¿será ya demasiado tarde? Inevitablemente hay días en que pienso que nuestras canas debieran liberarnos de una vez; otros creo que son ellas mismas, junto con nuestras más profundas arrugas, las que nos frenan y retienen a este lado de la barreta, tristemente asentados en la cómoda seguridad del deseo.
     Quizá algún día, quizá... tú y yo, nosotros dos a este lado de la realidad, fundiéndonos desnudos en el dulce abrazo de los sueños alcanzados.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

COSAS IMPORTANTES DE VERDAD
     Hay un tal Cristiano Ronaldo hablando, el semblante muy serio, en el aparato de televisión. El muchacho se sabe -no sólo se cree- tremendamente importante: tiene cuatro balones de oro -que, en caso de ser macizos, deben pesar una barbaridad-.
     Al parecer, en esto de las pelotas doradas, el tipo está empatado con un argentino chaparro y escurridizo que responde al nombre de Lionel Messi.
     Entre los dos suman, ni más ni menos, que ocho pegotazos áuricos. Esto, según deduzco de las primeras noticias de la mañana, es francamente importante; nada que ver con la ya cansina guerra en Siria, el rollazo del debate europeo acerca de los refugiados o la pesada 'operación kilo' recordándonos, otro año más, la obligación de segur siendo un país generoso y solidario.
     Vamos, que no pueden imaginarse cómo me alegro de tener la suerte de poder encender la radio y oír, cuando aún no han dado las siete de la mañana, que el tal Cristiano ha empatado en galones futboleros al tal Lionel. Una suerte vivir en un país como este, lleno de gladiadores, leones y demás fieras, bien cuidadas, bien alimentadas, para la sostenibilidad del tan virtuoso entretenimiento al que sin duda todos nosotros, ciudadanos de bien, tenemos derecho. Circo, toros, fútbol y curias políticas paseando de punta a punta de la nación; cosas importantes de verdad, y nada de estúpidas noticias de carácter humano con las que rellenar espacios de vital trascendencia y, de paso, mortificar y culpabilizar de su buena suerte, debida principalmente a su abnegado saber hacer, a las humildes y laboriosas gentes de éste, nuestro ejemplar y nada banal estado del bienestar.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

RELATIVO
     Qué diferente habría sido todo si yo..., si no fuese una mujer -piensa Elena-; si yo no tuviese esta pálida carita, estos ojos melosos y esta larga melena negra, nadie podría perdonarme. A nadie le importaría que Marta llevase años despreciándome en público, insultándome a diario, maltratándome en la cama; ni las quemaduras de los cigarrillos en los brazos, como castigo a mis osadías, justificarían mi arranque de furia asesina, mi venganza a cuchillo en un arrebato de locura, si yo me llamase, por ejemplo, Manolo. Entonces la prensa hablaría de violencia de género, y no de defensa personal; qué diferentes serían las declaraciones de los vecinos, nada de 'la verdad es que la otra la tenía amedrentada, vivía atemorizada' o 'aunque no deba decirlo, lo cierto es que la chiquilla no podía seguir viviendo así'. Si yo fuera Manolo, todo lo que saldría de las bocas de quienes nos conocían sería el trillado 'nadie lo hubiera dicho, parecían tan normales'. Mis hermanos no iniciarían una campaña en alguna plataforma de recogida de firmas pidiendo mi indulto, porque la verdadera maltratada en esta historia soy yo, sino que apartarían de un manotazo las cámaras negándose a realizar declaraciones al tiempo que se desmarcarían de cualquier vínculo conmigo. Yo no sería una heroína luchadora y liberada; sería un monstruo más, el enésimo en una lista interminable de crueles avasalladores. No faltaría algún amigo, en las noticias de la noche, haciendo muchos aspavientos y gestos con las manos mientras trataba de explicar a los telespectadores lo cruel que resultaba mi agresividad pasiva en cada encuentro que con él habíamos mantenido en los últimos años. Sin duda yo sería, sencillamente, el cabrón del Manolo, otro malnacido más, un asesino sin excusa, una vergüenza y un completo desgraciado.

viernes, 2 de diciembre de 2016

     Total, que le pido un beso; le digo "un beso", y ella me mira sorprendida y yo voy y, por si acaso no me ha oído bien , le repito: "un beso". Entonces ella hace un gesto muy desagradable con sus carnosos labios marrones y sus grandes ojos oscuros y yo, que no tengo nada claro si es que le doy asco o que es lesbiana o monja o vete tú a saber qué coño le pasa, le digo "venga nena, sólo un beso; para empezar la mañana con buena suerte". Y la tía va y me espeta un "desgraciado" de lo más sonoro e hiriente, y yo, con las manos abiertas y los brazos estirados hacia arriba, pego un salto hacia ella, "hop", y ella grita histérica. Entonces yo la sujeto con mis manos y le digo "Tranquila, si yo sólo quiero un beso, nada más; es que hace mucho frío y llevo tres días sin poder dormir porque estoy algo nervioso con todo esto de Fidel Castro, Donald Trump y toda esa panda de hijos de puta y, cuando he visto ese par de labios tuyos tan oscuros, tan rudos, he pensado que besarlos debe ser como besar la muerte y quizá, si me dieras un beso, sólo uno, conseguiría dejar de pensar en el puñetero fin de la Humanidad durante unas pocas horas, al menos". Total, que ella se relaja y, después de llamarme "cabrón de mierda", se me acerca un poco y me planta un beso en los labios que casi me quita la vida: lengua arriba, lengua abajo, izquierda y derecha... lengua por todas partes y labios opresores y saliva, mucha saliva caliente escapándose por las comisuras y yo, enganchado a esa máquina insaciable, me lamento por mi insistencia y maldigo el momento en que le he pedido un beso a la tiparraca esta, la mismísima muerte hecha mujer.