miércoles, 24 de agosto de 2016

Y PUNTO (FIN -DE LA SEGUNDA PARTE-)
     Soledad es que no le importe nada de lo que digas a quien te pueda entender y que no te entienda en absoluto ninguna de las personas a las que les importas.

martes, 23 de agosto de 2016

     El jamón de york tiene pelusa; una suerte de finísima manta blanca y azul acaricia mis dedos  mientras despego lonchas antes de tirarlas a la basura. En la televisión Cristina F. comienza su descenso en picado hacia algún lugar próximo al infierno. Rajoy se 'raja' en el último momento y Albert y Pedro..., bueno, cada cual a lo suyo. Todos seguimos en nuestros trece. Yo escribo estas líneas con el único propósito de despedirme con algo de dignidad del respetable, quizá incluso con algo de... ¿interés, emoción? Apenas han pasado unos pocos días desde que tomé la decisión de dar carpetazo a este capítulo de mi vida y, sin darme cuenta, ya hemos llegado a la meta. En la radio David, otra vez; a mí no me importa que su muerte haya vuelto a ponerle de moda, tanto mejor. Aún no consigo acostumbrarme a un mundo sin él, obligarme a la certeza de que ya nunca podré verle en directo; en cierto sentido siento que digo adiós porque él se ha ido. El día que yo nací, hace hoy veintidieciséis años, él era el número uno en las listas de éxitos del Reino Unido; eso marca. El estruendo de una estantería cargada de libros que se abalanzan sobre el suelo al ceder ésta por el excesivo peso de la cultura, me saca de este último ensimismamiento: va siendo hora de decir adiós. Mañana... el proceso seguirá: caminaré por las viejas calles conocidas, correré cuesta arriba, transitaré la oscuridad en silencio y rigurosa soledad; haré lo mío, que es lo que me gusta, para lo que he nacido. La última tecla se resiste, ¿por qué? Cuestión de supervivencia. Tómense, si así lo desean, un último trago a mi salud -hoy invito yo-; beban y rían mientras puedan: esta noche el mundo sale a la venta y tarde o temprano alguien se lo llevará de calle, como si de una prostituta drogada se tratase, a precio de saldo. Esto, no obstante, no es un epitafio; ante todo, no es un epitafio. Por mucho que a los Hitler y Stalin de este tiempo, los Putin y los Trump, les pueda incordiar, este no es el final de nada. Sencillamente se trata de una despedida más: adiós.

domingo, 21 de agosto de 2016

     Me ha costado tanto expulsar esta última lágrima que... mucho me temo que al fin hemos llegado al hueso.
     Amenazas veladas. Declaraciones de guerra en toda regla, con publicidad en los medios incluida. Tu vida se va a acabar; y yo soy la única persona que sabe cuándo será el instante final, el suspiro definitivo. Puedes ir preparando tu casa para el velatorio. Nadie hará la ola por este muerto, eso está claro; a pesar de todas las páginas escritas, no lo has conseguido, cariño.
     Un ensayo disfrazado de novela, un entremés nada ligero y un experimento capaz de acabar con toda la Humanidad. Suenan campanas en el horizonte próximo, el final ya está aquí. Cierren sus cuadernos, libros al suelo, comienza el examen.

viernes, 19 de agosto de 2016

LA LIBERTAD
     Hacía tiempo que no escribía nada que mereciese la pena; de hecho, tenía la sensación de que realmente a aquella extraña operación de pensado, repensado, recortado y maniatado de ideas, que solía llevar a cabo últimamente, podía llamarla de cualquier forma, excepto escribir.
     Este descontento, malestar o desacuerdo con la propia obra, se debía principalmente al abusivo uso que, en los últimos tiempos, había hecho de la autocensura y algo que podríamos catalogar de 'porsiacasismo'. El miedo, atroz, a que algún pariente o conocido pudiese descubrir alguno de sus más recientes y oscuros secretos, le obligaban a tirar de historias trilladas, tópicos simplistas y frases hechas en cantidades ilógicas; ya no tenían lugar la sinceridad, el lenguaje directo, la acidez o mordacidad que le habían hecho merecedor de un nombre propio en el mundo de las letras.
     Nadie. Nada. Así se sentía: un contenedor vacío de nada bueno y lleno de desperdicios con los que poco, o nada, se puede hacer. Y, ¿de qué, para qué -se preguntaba constantemente- puede servir toda esta miseria lírica? Ten bien articulada, tan dulcemente servida y tan falsa, venenosa, innecesaria. Rompería todas y cada una de las páginas estúpida y torpemente manchadas, invertidas en hablar mucho para no decir nada: la espuma de los día cubriendo la realidad de mi vida, ocultando todo lo que realmente es, lo que merece la pena.
     Así las cosas, una inusualmente fresca tarde de verano, de esas de calles desiertas y ventanas cerradas, salió a pasear. Murmurando para sí, el ceño fruncido, maldiciones y juramentos, se fue alejando de las calles conocidas, de su zona de confort y los dominios cotidianos para terminar adentrándose en un barrio periférico de su ciudad del que apenas habría oído hablar un par de veces en toda su vida. Al principio la novedad no le impresionó: caminó durante algo más de una hora sin prestar atención al nuevo entorno hasta que, bocinazo por todo lo alto, un atropello frustrado lo sacó de su ensimismamiento. Al susto inicial siguió un rápido salto hacia atrás, un brusco movimiento que terminó con sus nalgas golpeando violentamente el suelo; la caída, a pesar de aparatosa y ridícula, resultó ser providencial: ante él, la clásica fachada cubierta de ladrillos rojos y ventanales escondidos tras enrejados barrotes negros de una librería de anticuario; uno de esos maravillosos lugares que, aún en los días más oscuros, conseguían levantarle el ánimo. Entró.
     El Universo resumido en varias montañas de papel ajado y amarillento. Maravillas de la mente nacidas de la simple observación de las maravillas de Dios.
     Después de un buen rato rebuscando entre mastodónticos volúmenes de más de doscientos años, cuadernos de cartoné llenos de fórmulas incomprensibles y ligeras novelas venidas de ultramar en tiempos de posguerra, encontró, medio escondida detrás de un rascacielos enciclopédico, una estantería llena de cuadernos, bolígrafos, plumas, pergaminos y demás material de escritura; de recreación, que hubiese dicho él, de ser el mismo que un día consiguió dejar boquiabiertos a los poco más de trescientos asistentes a la presentación de su primera novela, con sus comentarios humildes y grandilocuentes.
     No dudó: tan pronto como sus ojos se encontraron con aquella pequeña libreta de tapas nacaradas, algo arañadas, y goma negra, supo que había encontrado una nueva perfecta compañera. Aquí... aquí -pensó- podré volver a escribir, seré sincero; será como volver a empezar: otro cuaderno, otro nombre, otra vida. Nadie sabrá de ti, mi fiel amigo, y así, fingiendo no ser yo, podré volver a ser. Escribiré a oscuras, en la calle, antes de regresar a casa y a los otros cuadernos en los que pretendo ser escritor pese a que no escribo nada. Regresaré a ti cada jornada, un poquito antes de que el resto del mundo despierte y me engulla con sus demandas y veloces pretensiones. Seremos tú y yo: útil e intención; no habrá nadie, nada más. La más absoluta honestidad, la realidad más limpia; al fin, la libertad.

domingo, 14 de agosto de 2016

"Hubo un tiempo en que los hombres cantaban a coro alrededor de una mesa; hoy un hombre canta solo por la absurda razón de que sabe cantar mejor. Si la sociedad continúa por el mismo camino, sólo un hombre reirá porque sabrá reír mejor".
Gillert Keith Chesterton 

miércoles, 10 de agosto de 2016

CUALQUIER DÍA
     "Cualquier día lo mando todo a la mierda y me largo"; un sueño, una promesa incumplida sistemáticamente, una declaración de intenciones que nace mutilada.
     Lo tenía claro, y aún así no podía evitarlo: Jacobus Stolz estaba harto de su insignificante y veloz vida. Poseía una fructífera y estúpida empresa con varias decenas de trabajadores que ocupaban sus jornadas apretando tuercas de máquinas cuya utilidad era un completo misterio. Cada día, desde bien temprano, Stolz se dedicaba a revisar todas y cada una de esas tuercas, minuciosamente, más como un maniaco que como un gerente cualquiera; así, día tras día, durante quince años. Hastiado, Jacobus fantaseaba -y a menudo amenazaba- con levantarse una mañana y desaparecer con unos cuantos miles de euros ahorrados y una maleta con algo de ropa para sus dos hijos, su mujer y él mismo. Los secuestraría, pensaba, y les regalaría la libertad, una oportunidad en otro lugar, con otro nombre; una nueva vida. Sin cartas de despedida. Hay que aclarar que el pobre Stolz sabía que, de llevar a cabo su huída, tendría que 'secuestrar' obligatoriamente a su esposa, ocultándole en todo momento sus verdaderos planes. Bien sabía él que también ella, secretamente, soñaba con escapar de aquella trampa maldita en la que, casi sin darse cuenta, llevaba metida diez años; no era fácil ser la compañera de un escritor frustrado, triste y gris, que regresaba cada jornada a sus brazos con la cabeza gacha, perdido en lamentos y maldiciones por saberse, cada día, un poquito más lejos de sus expectativas. Por desgracia, y a pesar de todo, ella aún no había tocado fondo; era mucho más fuerte que él, y esa fuerza, precisamente, la mantenía atada a todos los convencionalismos que tan desgraciada le hacían sentir: familia, trabajo, posición... el mundo.
     Así que Jacobus Stolz, que se dedicaba a mentirse y trampearse a si mismo jornada sí, jornada también, comenzaba todas las semanas cumpliendo con un ritual que sólo para él tenía algún sentido. Cada lunes, a las siete en punto de la mañana, cruzaba el umbral de la Cafetería Gredos, lugar en el que había ambientado los primeros pasajes de su única novela publicada -doce años atrás-, pedía un café solo y tomaba asiento en la mesa más alejada del ruido del televisor que se empeñaba en escupir noticias que nada le importaban; allí abría un viejo cuaderno que le había regalado hacía mucho tiempo su padre, el único que alguna vez había creído en sus posibilidades como escritor, pensaba él, y vertía algo de tinta sobre una de sus páginas. Después de media hora levantaba la vista, los ojos rojos, llenos de lágrimas, pagaba y se encaminaba a su oficina. Comenzaba una nueva semana. A cada paso canturreaba, silbaba una vieja melodía de Tchaikovsky; cualquier día, susurraba, cualquier día.



jueves, 4 de agosto de 2016

ESPERANZA
     Publirreportajes televisivos. Pretemporada y ronda de contactos. Eventos, inauguraciones, encuentros, citas. Prensa rosa, revistas deportivas y cómics porno-erótico-festivos. Préstamos inmediatos, hipotecas.
     La verdad es que yo me alegro; el nivel de estupidez está a punto de ser absoluto, lo que nos llevará, en breve, a reaccionar; aunque sólo sea por una simple cuestión de supervivencia. Son los puntos sin retorno aquellos que con mayor fuerza nos pueden propulsar al cambio.

martes, 2 de agosto de 2016

RECUERDOS DE SAN PETESBURGO
     Y la vida de Raskolnikov pasó: volvió de Siberia y cantó, bebió, amó, como nunca antes lo había hecho, exactamente igual que siempre.