¿Cómo
se joden las cosas? La verdad es que, en eso de mandar una incipiente vida a la
mierda, no hay épica alguna: las cosas se joden de la manera más tonta.
Por
ejemplo: una chiquilla comentándoles a sus padres que quiere ser enfermera,
ayudar a los demás; y un gilipollas que contesta que las enfermeras son las
secretarias de los médicos y que, así, sólo puede aspirar a ayudar a algún buen
médico, como mucho.
Jacobus
Stolz convivía con una persona triste disfrazada de alegría absoluta, con un
volcán emocional, una mujer frustrada, distraída, deprimida e incapaz de
reconocer en sus raptores la fuente de toda su infelicidad.
Hablo
de 'raptores' porque, cuando les conocí -a Jacobus y a ella-, solía contar
historias de intentos de fuga y escapadas nocturnas para transgredir alguna
directriz injusta. El caso es que acabaron minando su voluntad, y lo hicieron
inculcándole, a la vez, un terrible sentimiento de perpetua deuda de sangre.
Así que se fue marchitando, sin darse cuenta, si querer reconocerlo.
Por
todo ello Jacobus les odia, con todas y cada una de sus células; les odia por
destrozar un bello, hermoso, ángel de Dios. Y les odia más aún por hacerlo en
nombre del Señor.
Pero,
por mucho que Stolz entienda, por mucho que empatice y comprenda, la realidad, su realidad,
es que se ha quedado solo: solo con un enemigo abúlico y agresivo, solo sin más
herramientas que un detonador conectado a un cinturón de explosivos que no
recuerda si se ha puesto esta mañana o, por el contrario, le ha dejado a ella
antes de salir de casa.