domingo, 30 de junio de 2019

El hombre de acero ya no puede volar. No tiene ningún problema físico, pero por dentro está roto; se siente como si alguien le hubiese dado a beber una infusión de kriptonita maldita y ahora, triste y cabizbajo, no tiene muchas ganas de salir fuera del cómodo apartamento de Clark Kent para revolotear entre las negras nubes de Metrópolis y rescatar a algún capullo en apuros.
Que les jodan con sus gilipolleces, piensa él, y acto seguido se sirve otro bourbon mientras repite frente al reflejo que de su imagen le devuelve una vitrina llena de figuritas de cristal, que no puede volar: cómo voy a poder si ni ganas tengo de intentarlo.

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Porque, si querer es poder, no tener la menor intención debe de ser el imposible absoluto.