Esta
no es mi casa. No me refiero a que no me pertenezca; eso es algo obvio: la casa
es del banco. Cuando digo que no es mi casa, tampoco pretendo menospreciar las
distintas estancias, lo espacios que en ella coexisten, que la conforman como
vivienda formidable e incluso caluroso hogar; adoro a las personas que la
habitan, mis hijos y mi mujer, nada más lejos de mis intenciones que
despreciarles con mi declaración. Pero lo cierto es que esta no es mi casa,
como tampoco lo ha sido ninguno de los diferentes inmuebles en los que he
habitado desde que tengo memoria; tal vez antes del recuerdo sí que percibiese
el hogar familiar como mío, pero eso es algo que el olvido me impide tener en
cuenta.
Esta
no es mi casa y, aún así, vivo en ella: duermo, o lo intento, me despierto,
paso por el cuarto de baño, desayuno algo y me descalzo cuando regreso por la
noche, repaso algunas cuentas, escribo correos electrónicos e intento gestionar
una empresa de limpieza, de vez en cuando oigo música, leo un cuento a los
chiquillos y juego a alguna tontería con ellos. Hago todo lo que uno debe de
hacer en su casa. Supongo que así ha de ser; pero sigue sin ser mi casa.
Me
he pasado horas y más horas, de días y semanas y meses enteros, dándole vueltas
a la misteriosa razón por la que no percibo esta casa como mía y, sinceramente,
no hallo solución: en esta casa he besado a las personas que más amo, he bebido
cerveza fría con mi hermano, he puesto mi copia del primer LP de Leonard Cohen
y he escrito unas cuantas líneas bastante decentes; entonces, ¿por qué esta no
es mi casa?
Desesperado,
busco mi respuesta, espero la iluminación, algo de ayuda, una solución.