viernes, 30 de noviembre de 2012


“Échale un vistazo a ese ‘tipo de la ley’ golpeando al muchacho equivocado; te preguntas si él sabrá que está en el programa más exitoso”.
David Bowie de su canción ‘LIFE ON MARS?’ (1971)

jueves, 29 de noviembre de 2012


PRIMERA INCURSIÓN EDITORIAL
DE UN TIPO LLAMADO JACOB MARTÍN
        Lo había dado todo en aquella novela; durante casi un año de su vida, no había habido ni un solo minuto en el que Jacob no le dedicase hasta la última neurona de su maltrecho cerebro a la composición de su gran debut, de su primera incursión en el mundo del arte supremo, aquel que incluso nuestro Señor animó a practicar a sus primeros y más destacados profetas, la Literatura.
        Después del proceso creativo, tan reconfortante como exigente, tan estimulante como agotador, llegó la más patente y absoluta de las frustraciones; después de comprobar que el mundo editorial no estaba por la labor de abrir sus puertas a alguien nuevo que careciese de la debida recomendación o, aún mejor, del apadrinamiento por cuenta de un Eduardo Mendoza o un Ray Loriga, se decidió por la temible ‘auto-publicación’. Cuatro meses de desasosiego, frenesí, insomnio y malestar general, en los que descubrió que para que un escritor novel pueda editar su propia obra, debe lidiar con formularios y formulismos controlados por una agencia comandada por las principales editoriales no-independientes del país, Jacob consiguió ver, al fin, como su obra tomaba forma física y legal. Para entonces ya había establecido contacto con algunas librerías en las que podía depositar unos ejemplares de su libro a fin de ofrecérselo al público en general.
        El tiempo pasó; un año después de haber realizado una entrega en una de las librerías más importantes de su ciudad natal, la ilustre Librería Don Quijote, recibió un correo electrónico en el que le invitaban a aproximarse a la citada librería a fin de recoger algunos ejemplares ‘sobrantes’ y ‘liquidar’ las ventas realizadas hasta la fecha. Mientras salía por la puerta de la sección de contabilidad, donde le habían devuelto incluso una copia de prueba, con la que había obsequiado al gerente, Jacob Martín, que empezaba a sentirse abocado a un futuro de escritos ocultos en cuadernos de cartoné que no verían jamás otros ojos que no fuesen los suyos, no pudo evitar permitir que una salada lágrima se le escapase y deslizase por su cara, convirtiendo a su paso, su rostro, en el yermo semblante de un anciano de apenas treinta años.

lunes, 26 de noviembre de 2012


“Uno cree que nunca podrá aceptar sin miedo la idea de la muerte. Cuando aún somos jóvenes, la vemos tan lejana, tan remota en el tiempo, que su misma distancia la hace inaceptable. Luego ya, a medida que los años van pasando, es justamente lo contrario –su mayor cercanía- la que nos llena de temor y nos impide en todo instante mirarla cara a cara. Pero, en cualquiera de los casos, el miedo es siempre el mismo: miedo a la iniquidad, miedo a la destrucción, miedo al frío infinito que el olvido comporta”.
Julio Llamazares de su novela ‘LA LLUVIA AMARILLA’ (1988)

viernes, 23 de noviembre de 2012


EL CAMINO DEL ESCRITOR
(o LA FUERZA DE UN DESEO)
        Algo que tengo claro, cada día más, es que carezco del don de la creatividad que caracterizó y caracteriza a algunos de mis más admirados escritores. Yo no puedo parir libros tan geniales como ‘el bebedor’ a la velocidad y en las condiciones en que lo hizo Hans Fallada, ni puedo jugar con tantas variables como solía hacer –y lo hacía con maestría- Asimov, ni ahondar tanto en la psique humana como Tolstoi o mi adorado Dostoyevski. Yo soy incapaz de alcanzar cotas tan elevadas como aquellas en las que suele moverse con tanta soltura el señor Auster.
        yo, en cambio, no puedo dejar de escribir en estos cuadernos míos que siempre me acompañan. Lo mío es registrarlo todo, como si fuese un historiador aficionado o un aprendiz de periodista que aún no ha descubierto cómo separar el oro de toda la gravilla del río; y después, a pelear con todo ello.
        Recuerdo cierta ocasión en que mi abuela, tras leer algunos pasajes de uno de mis escritos, rompió a llorar mientras me preguntaba cuanto tiempo había invertido en la elaboración de aquel relato. Al responderle que casi un año, ella, emocionada, me dijo: “escribe hijo, escribe; no hagas otra cosa que no sea escribir”. Sin duda alguna, si algún día consigo escribir una obra que consiga pasar a engrosar los anales de la historia de la literatura, el mío será un ‘premio a la constancia’.

sábado, 17 de noviembre de 2012

SPECIAL EDITION
        Quería movimiento, no asistencia domiciliaria.
        -¡Enfermera, apague el aparato de radio! Por favor -estas dos últimas palabras salieron de la garganta de Jean Paul en un tono tan bajo, apenas un suspiro cayéndose al vacío, que automáticamente se convirtieron en santo y seña de la ‘cruzada de los sutiles’-.
Tan lejos de casa…,
nuestra casa tan lejos.
Sueños que nos transportan;
hagamos de este lugar
esta tarde, nuestro hogar.
Sé que te tengo de mi lado,
sabes que estoy aquí y
no me pienso mover.
Hagamos sonar nuestras voces
como si de nuestras palabras
dependiese el destino de la Humanidad.

jueves, 15 de noviembre de 2012


BIENVENIDO A ESE LUGAR TAN CERCA DEL FINAL
        ¿Hay alguien ahí, al otro lado, ansiando poder echarnos un cable?
        Hoy ha vuelto a pasar; un cliente –y van tres este último mes- ha puesto fin a nuestra relación que, en este caso, venía durando desde que inauguró su negocio, hace exactamente tres años. No lo ha hecho por verse obligado a cesar su actividad laboral –aunque también este caso lo conozco de primera mano-, ni por ‘recortar’ gastos. Lo ha hecho , simplemente, porque un ‘compromiso’ le obliga a entregarle a alguien más ‘conocido’ que yo, aquellas responsabilidades que un día tuvo a bien confiarme a mí –que también era, por aquel entonces, ‘un conocido suyo’; imagino que por esos días el recientemente incorporado al sector del mantenimiento y la limpieza trabajaba en un precioso despacho con vistas al Parque San Francisco, mientras yo llevaba ya siete años ocupándome de la indeseable tarea de pasar frío, sudar y dedicarme a lidiar con la basura de otros-.
        Siempre es igual; cada vez que un cliente me informa de su decisión de prescindir de mis servicios, sea por el motivo que sea, me invade la sensación de estar perdiendo un empleo, más que un trabajo, un puesto de trabajo. Es lo que tiene ser autónomo, dicen –por cierto, ¿Quiénes son los gilipollas que lo dicen?-.
        Resulta inevitable sentirse como si el gerente de una empresa a la que le has dedicado todo tu tiempo durante varios años, te echase a la calle sin la menor preocupación. Tan inevitable como preguntarse si a alguien ahí fuera le importan realmente tus preocupaciones.

martes, 13 de noviembre de 2012

domingo, 11 de noviembre de 2012


CHOP ESTÁ RABIOSO
Querido conciudadano:
        Me dirijo a usted a través de este medio que cierto congénere ha tenido a bien poner a mi disposición a fin de que pueda hacerle partícipe de ciertas cuestiones que, en mi humilde opinión, no debería de seguir obviando por más tiempo.
        En primer lugar me gustaría darle a conocer una gran revelación de la que, todo me hace pensar, usted aún no ha tenido noticia; yo también vivo en el mundo. Sí, en el mismo mundo que usted, ¿qué le parece? Seguro que no se había percatado aún de ello pero, ya ve, yo, al igual que usted, tengo un despertador que suena cada mañana –muy a mi pesar y por mucho que lo odie- y me recuerda que tengo que salir a la fría mañana invernal para encaminarme a un trabajo que odio y me veo obligado a agradecer –quién tiene trabajo hoy en día- como si que te estuviesen menospreciando, cuando no despreciando directamente, acosando, e insultando –vamos, puteándote a lo grande-, fuese algo por lo que alegrarse y sonreír cada mañana.
        Así pues, no quisiera extenderme demasiado en mi exposición, comprenderá usted que empiezo a estar hasta las mismísimas ‘bellotas’ de que siempre que me encuentre con usted, indefectiblemente, su merced se olvide de sonreír, abrirme la puerta si me ve –algo que exige que previamente mire a su alrededor- cargado cuando usted pasea alegre y despreocupadamente o me preste la más mínima atención cuando pretendo, iluso de mí, darle los ‘buenos días’ sin esperar, menos mal, respuesta alguna. Por el contrario, a usted le encanta pasar a mi lado sin echarme tan siquiera un vistazo, sin saludarme, ignorando mi existencia que, por otra parte, parece incomodarle, como si el hecho de que aún cumpliese con la máxima vital de la respiración fuese un obstáculo en su sueño de alcanzar un mundo ‘puro’ en el que los feos, los ‘cortitos’ y cualquiera que no tenga la suerte de encontrarse en su círculo íntimo de confianza, no tengan, perdón, tengamos cabida.
        Dicho esto entenderá usted que le dedique estas líneas a fin de reclamar para toda la Humanidad –y obviamente para mí, en particular- el mínimo respeto y consideración que, por el simple hecho de haber llegado a este mundo a través de los mismos cauces que su altísima magnanimidad, todos aquellos que ocupamos y compartimos espacio en este planeta con su señoría, nos merecemos.
        En lo sucesivo le agradeceremos que, al menos, nos devuelva el saludo; a poder ser mirándonos a los ojos, sonriendo y sin reflejar en su semblante el profundo desprecio que, a ver quién se atreve a dudarlo a estas alturas, siente por cualquiera que no sea usted mismo.
        Atentamente; Señor Chop.


jueves, 8 de noviembre de 2012


CONVERSACIÓN  INSOSTENIBLE
        Ahí estoy yo, tan tranquilo, tomándome una cerveza bien fría, tan a gustito. Entonces entra en el garito un imbécil, uno de esos que saben mucho sobre un montón de cosas, uno de esos ‘elegidos’ cuya opinión siempre tiene mucho más valor que cualquiera de las tuyas que, además, ante él pierden el divino derecho de ser respetadas.
        De vez en cuando te encuentras personajes así; individuos a los que te apetece decirles algo así como “¡eh, tranquilo! Aún no se ha abierto la ventanilla, vas a tener que esperar; por desgracia yo ya he terminado aquí, así que…”. Pero luego nunca te atreves a hacerlo.
        El caso es que el tipo acaba de entrar, me echa un vistazo, levanta sus cejas a modo de saludo y se dirige hacia mí; empieza el baile de disfraces, la danza de los tontos.
        Durante unos treinta o cuarenta interminables, eternos e insufribles minutos conversamos acerca de los ‘pioneros del rock español’. Nota bene; digo conversar por llamarlo de alguna manera mínimamente racional, cuando lo cierto es que durante toda nuestra charla lo único que hacemos es mantener un diálogo de besugos en el que yo intento exponerle algunos hechos constatados que no tienen que ver para nada con mis gustos o preferencias o mi opinión –vamos, que le doy datos como quien fue el primero en grabar un disco considerado de rock urbano, o cual fue la primera canción nacional en ser denominada como rock duro y cosas así-, mientras él se limita a decirme “sin ánimo de ofender, pero no estoy de acuerdo contigo; tal o cual grupo o músico me parece una mierda totalmente prescindible”. Mi cabeza se resiente con semejantes palabras, me duelen los oídos, siento la imperiosa necesidad de abrirme una botella de vino tinto y beberme un buen trago; después otro trago y otro más, hasta que no quede ni gota dentro de la botella. Entonces podría estampársela en la cabeza.

lunes, 5 de noviembre de 2012


        “De vez en cuando uno se cansa. Entonces te callas y escuchas, prestando o no atención, con la mente en blanco o con un tumulto de ideas golpeándose dentro de las paredes de tu cráneo. A veces, no queda otra opción”; después de decirme esto, se giró sobre si mismo y, sin apartar la vista del ventanal, se dejó caer muy lentamente sobre la butaca. Allí permaneció el resto de la tarde, observando –y aún así puede que no viendo- las carreras de las gentes de su ciudad que, a pesar de desplazarse a gran velocidad, huyendo de la lluvia, camino de importantísimas cuestiones, conseguían evitar el contacto con otros cuerpos tan pesados como los suyos, como si el resto de congéneres no fuesen más que obstáculos que sortear en el camino de sus vidas.
        Hacia las doce de la noche decidí ponerme en camino; así que me levanté de mi asiento intentando hacer algo de ruido con el que atraer su atención, me acerqué a él e, informándole de que debía continuar con mi viaje,  le pregunté si necesitaría algo. No hubo respuesta, ni tan siquiera una mirada.
        Después de esto recibí un par de cartas. La primera fechada del día siguiente a mi última visita; en ella la enfermera jefe me informaba de su más que notoria desmejora. En la segunda, que me enviaron desde la unidad de larga estancia un par de meses más tarde, un tal Toni, enfermero personal suyo al parecer, me dedicaba unas cuantas líneas animándome a visitarle tan pronto como me fuese posible, siempre en aras de su recuperación, su mejoría, su felicidad.
        Durante lo siguientes tres años no pronunció palabra alguna, apenas comía, apenas dormía; se pasaba en torno a veintidós horas al día sentado frente a la ventana, mirando a través de ella, en silencio y muy quieto. Jamás nadie llegó a ver algún cambio en su rostro, ahora carente de expresión o emoción. Yo, por mi parte, solía pensar más en otra época; los días felices en que charlábamos y nos acalorábamos debatiendo sobre cualquier trivialidad mientras vaciábamos botellas de vino. Recuerdo sólo una ocasión en que no pude evitar pensar en aquella última carta que me enviaron desde el hospital; pensé que el pobre estaba rodeado de estúpidos que no tenían ningún interés por entenderle, por estar con él de verdad, sino que se empeñaban en ‘rescatarle’, traerle de vuelta a la ‘cordura’ y recibirle con los brazos abiertos dándole la bienvenida al reglado y estructurado reino de lo ordinario. “Nos complace tenerle de vuelta”; a menudo, imaginaba estas palabras en boca de algún celador.
        Un buen día, exactamente tres años, dos meses y tres días después de que oyese su voz por última vez, recibí una llamada telefónica del coordinador general de la fundación; acababa de morir, en el transcurso de la noche, mientras miraba a través de la ventana, a oscuras y sonriendo.

Una ciudad despertando a oscuras,
yo luchando por contener
mi necesidad de escupirle
el poema que parí ayer
mientras contenía mis ansias homicidas.

                * * *
Mentiras acumuladas en el cajón;
te obligan a creer en ellas
siempre que suena el despertador,
te obligas a dejarlas pasar
cuando caes sobre tu almohada.

No hay demasiado tiempo, nunca,
y hagas lo que hagas
jamás importan mucho tus ganas;
sólo la medida despiadada
de esa maldita regla inexacta.