EL ESCRITOR DE ÉXITOS
Anotaciones para una novela, apuntes para
no olvidar escribir tal o cual artículo, esbozos de lo que podría llegar a ser
un poema, un par de palabras clave en un trozo de papel con el que uno se pasea
durante todo el día intentando no olvidar qué quieren decir. Será que estoy
enfermo.
Cuente usted bien sus monedas antes de
pedir otro café; no querríamos tener que sufrir otro episodio de mendicidad
improvisada dentro de nuestro lujoso túnel del tiempo. Pero esto uno sólo lo
piensa; porque un buen camarero nunca juzga, se limita a atender y sonreír.
La verdad es que sí que me siento un tanto
enfermo. Te escupen y sonríes, de la misma forma que lo harías si simplemente
te pidiesen, muy educadamente, que tirases una caña con poca espuma, o igual
que si quien te escupe fuese tu camello y acabase de invitarte a un ácido tan
genial que, en lugar de recibir su saliva propulsada hacia tu cara, pensases
que lo que sientes en el rostro son gotitas de agua marina salpicándote justo
al comienzo del primer baño del verano.
Me duelen las ideas. Todas ellas chocando
dentro de mi cabeza, luchando por llegar las primeras al túnel de vestuarios,
multiplicándose por momentos, creciendo, proliferando, ocupando cada vez más
espacio. Las hay de todo tipo: tristes, bucólicas, alocadas, nauseabundas,
sensuales, excitantes, terroríficas, alegres, dudosas, melancólicas,
esperanzadas, suicidas, sádicas, violentas, vitales, estúpidas, pretenciosas,
intelectuales, filosóficas... Y todas empeñadas en prevalecer sobre el resto,
en conseguir antes que las demás llegarme a la punta del bolígrafo en el
momento adecuado, en el instante preciso: este.
El dolor se vuelve acumulativo; la suma de
quiebros y escondites adquiere masa, dimensiones físicas, y todo lo que surge
en el reino de las ideas comienza a saltar con vehemencia, intentando y de vez
en cuando logrando pasar a las tres dimensiones. Es entonces cuando más
insoportable se vuelve el pesar; porque por primera vez en la historia
personal, realmente pesa. Como un saco de cemento, como una lápida de mármol,
como diez millones de libros vendidos en todo el mundo y traducidos a quince
idiomas; pesa. Aún así uno no puede olvidarse de sonreír porque, como un buen
camarero, debes despachar otro ejemplar dedicado a una tal Susana, o a un tal
Pepe o Juan o Luis o quienquiera que sea. No puedes, no debes olvidar que esto
ya no es simplemente tu pasión, sino tu modo de vida, tu vida misma, toda ella.
Y tu sonrisa de hoy serán mañana tus hojas en blanco y tus ríos de tinta
dispuesta a lo que sea; tu nueva promesa de hacer girar la rueda en el sentido
contrario por una vez en tu vida y así volver a rozar lo que un día no fuiste
capaz de apreciar: tu libertad.