BREVES
APRECIACIONES ACERCA DE CIVISMO Y URBANIDAD
No voy a pretender negaros que me he
levantado de mala gana hoy, más o menos como todos los días, cuando el maldito
despertador ha sonado para recordarme que otra vez tenía que salir a la calle
una fría madrugada de… ¿en qué mes estamos?, antes, mucho antes, de que el sol,
aún sin calentar, por lo menos nos preste su luz.
La verdad es que suelo salir de casa
bastante enfadado con el mundo casi cada mañana; amo al ‘hombre’, es algo que
no puedo evitar, pero por desgracia éste, tiene la mala costumbre de decepcionarme
constantemente.
Hoy, por ejemplo, me he cruzado con tres
tipos que sonreían mientras tiraban una bolita de papel, hecha con el resguardo
de alguna transacción bancaria o con una lista de la compra, sin el menor
pudor, al suelo, justo a medio metro de una de las no sé cuantas papeleras que
adornan el casco urbano. Unos cien han hecho lo propio con sus colillas. Cuatro
muchachos han cruzado por un paso de peatones regulado mediante semáforo cuando
éste se encontraba en verde para los conductores; uno incluso le ha gritado a
un camión de reparto por pasar justo detrás de él a unos veinte kilómetros por
hora. Exactamente la misma reacción de los dos viejecillos que han decidido
saltar a la carretera para cruzar en medio de una curva que se encontraba en
medio de dos pasos de peatones, a no más de ocho metros de cada uno de ellos. También
les ha imitado otra señora entrada en años, pero ésta iba tan distraída con su
teléfono móvil, que ni siquiera se ha percatado de que dos coches han tenido
que frenar de golpe para evitar llevársela por delante. Me he encontrado con,
al menos, quince bolsas de basura tiradas en medio de un parque, cerca de los
columpios infantiles, la mayoría medio abiertas y dejando entrever su
contenido; latas de conserva y restos de botellas y tarros de cristal rotos. Un
coche de la Policía Local se ha saltado dos ‘ceda el paso’ y otro de la Policía
Nacional ha desobedecido una señal de ‘cambio de sentido prohibido’ a pesar de
no encender ninguna sirena o señal luminosa; de hecho, se ha parado a los pocos
metros delante de un barecillo donde sus ocupantes se han sentado a leer la
prensa. Una señora de cuarenta y pocos años ha dejado que su perro orinase
encima de una pila de periódicos amontonados en la puerta de una cafetería
mientras disimulaba buscando un mechero sin percatarse, digo yo, de que ya tenía
encendido el cigarrillo que llevaba, humeante, colgando de la boca.
Uno no puede hacer otra cosa que echarse
las manos a la cabeza y preguntarse si no será verdad eso de que un pueblo
tiene los gobernantes que se merece.
Ahora son las siete o siete y media de
la tarde; como decía aquella canción de los hermanos Van Zant, todo lo que puedo
hacer es escribir sobre ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario