viernes, 1 de marzo de 2013


        Yo debo de ser lo que comúnmente se conoce como ‘cortito’. Lo digo porque no termino de entender ciertas cosas que despiertan en mi interior determinados sentimientos –de mal leche, principalmente-, algo que, a juzgar por la ausencia de las habituales reacciones lógicas aparejadas a éstos, en la mayoría de mis conciudadanos, sólo me sucede a mí. Imagino que la tranquilidad de mis vecinos se debe a que ellos entienden aquello que yo soy incapaz de comprender.
        Por ejemplo, el Excelentísimo Ayuntamiento de Oviedo, que lleva varios años incrementando la cantidad de su saldo anotado en la columna de ‘debe’ frente a la de ‘haber’, acostumbra a sustituir con frecuencia las papeleras que decoran sus calles –digo ‘decoran’ porque no hay muchos ciudadanos que hagan uso de ellas, pero esa es otra historia-. El cambio se realiza periódicamente, cada x años, obedeciendo a una simple renovación estética, imagino; lo cierto es que en toda mi vida no he llegado a ver ni una sola tan deteriorada como para precisar ser sustituida. También imagino –he de hacerlo, pues soy idiota y no puedo asegurar nada- que el coste de cambiar un buen número de papeleras en una ciudad que dispone de una cada quince o veinte metros, representa una nada desdeñable cuantía.
        A mi me resulta curioso ver cada día a decenas de personas hurgando en esas mismas papeleras, buscando algún resto orgánico que llevarse a la boca; tampoco me acostumbro a ver a varios indigentes de cuño reciente, despertando al alba en portales céntricos que tienen instaladas a pocos metros un par de estas majestuosas papeleras.


        Como soy imbécil no alcanzo a comprender cómo un ayuntamiento que cierra un par de albergues y retira fondos y subvenciones a comedores sociales y organizaciones benéficas, dispone de medios económicos suficientes para renovar su imagen en los tiempos que corren; pero claro, como ya he dicho, yo soy idiota y no uno de los ilustrados vecinos de la ‘Vetusta’ de Clarín que, sonriendo, tiran colillas al suelo y se enorgullecen de las hermosísimas papeleras de su ciudad. Quizá, un día de estos, algún caritativo intelectual quiera explicármelo y sacarme de la oscuridad de mi ignorancia. Le estaría tan agradecido…

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