ACERCA
DE LOS ACTOS DE FE
Cada día, un hombre medio realiza en torno
a quince o veinte actos de fe. Lo hace desde el mismísimo momento en que se
levanta.
Acepta que el certificado de autenticidad
de las bayas de Goji que come, realmente garantiza que proceden del Tíbet,
confía en que su café, tal y como reza en la etiqueta, proviene de Colombia y
ni se le pasa por la cabeza dudar que el gel con el que se duchan él y toda su
familia a diario, es apto para todo tipo de pieles y no ha sido testado en
animales. Consume vino de Rioja con denominación de origen controlada por un
consejo regulador y disfruta de un entrecot de deliciosa ternera asturiana
-también con sello de autenticidad-.
Lee periódicos en los que escriben
periodistas que aseguran la veracidad de sus artículos, los mismos que aparecen
en los noticiarios televisivos que ve y en los radiofónicos que oye.
Ya en la distancia corta, confía en sus
amigos que dicen estimarle y le juran que jamás harían nada que le perjudicase
-incluso cuando esto conlleve un mal para ellos mismos-; acostumbra a creer a
su pareja cuando le asegura que es la persona más importante del mundo para
ella y nunca cuestiona la sinceridad desinteresada de los abrazos de sus hijos.
Ese mismo hombre, que confía en
corporaciones, empresas certificadoras y controladores de empresas
certificadoras, mecanismos privados y personas individuales -y por lo tanto,
también movidos por intereses privados, los suyos-, se planta frente a la
iglesia de su barrio y se dice a sí mismo: "no sé; la verdad es que jamás
he visto nada que me pueda demostrar empíricamente la existencia de Dios, y eso
de hacer, como dice el cura, un acto de fe... Me parece que voy a decidir no
creer".
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