lunes, 2 de diciembre de 2013

     Mentiría si dijese que salir de casa antes de que despunte el alba me llena de regocijo; especialmente en invierno, cuando las de por sí bajas temperaturas amenazan con caer un poquito más en cuanto el noventa y pico por ciento de tus conciudadanos, aún encamados, salgan a la calle.
     Aún así, hay algo en eso de ser uno de los avezados exploradores de cada jornada, un Daniel Boone matinal, que me sigue cautivando después de tantos años practicando ese deporte de riesgo que es madrugar.
    Me gusta, es cierto, salir de casa cuando sólo puedes encontrarte con repartidores de fruta fresca y pan recién horneado, o algún que otro vehículo descargando la prensa caliente a las puertas de un quiosco; cuando no hay riesgo de que alguien llame por teléfono e interrumpa tus pensamientos.

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