Mentiría si dijese que salir de casa antes
de que despunte el alba me llena de regocijo; especialmente en invierno, cuando
las de por sí bajas temperaturas amenazan con caer un poquito más en cuanto el
noventa y pico por ciento de tus conciudadanos, aún encamados, salgan a la
calle.
Aún así, hay algo en eso de ser uno de los
avezados exploradores de cada jornada, un Daniel Boone matinal, que me sigue
cautivando después de tantos años practicando ese deporte de riesgo que es
madrugar.
Me gusta, es cierto, salir de casa cuando
sólo puedes encontrarte con repartidores de fruta fresca y pan recién horneado,
o algún que otro vehículo descargando la prensa caliente a las puertas de un
quiosco; cuando no hay riesgo de que alguien llame por teléfono e interrumpa
tus pensamientos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario