jueves, 6 de febrero de 2014

EL OBSERVADOR
3. Imagínese que ha finalizado sus estudios y lleva ya algunos años insertado en la cadena productiva social; cuéntenos brevemente en qué consiste su trabajo.

     Cada mañana, muy temprano, antes de que el sol asome en el horizonte y la mayoría de la gente salga de sus casas encaminándose a sus respectivos trabajos, antes incluso de que comiencen a pulular por ahí repartidores, panaderos y limpiacristales, tanto que más que temprano quizá debiera decir tarde, cada noche, bien tarde, salgo de casa y me dirijo a una de las calles que antes comenzará a ser transitada y que contará con mayor cantidad de viandantes en unas cuantas horas, elijo uno de los diferentes bancos municipales en ella instalados y que normalmente suelen ser ocupados por abuelillos aburridos o adolescentes inquietos, me siento y me limito a observar. Veo cómo la calma se convierte en movimiento, cómo surge la vida y después deviene; observo a padres agobiados que arrastran a niños entretenidos con el baile de unas moscas que atisban la mierda de un perro sin correa que intenta en vano avisar a su amo de que él ya ha cumplido con su parte del trato. Escruto la mirada de algún que otro policía local que no termina de atreverse a acercarse y preguntarme el motivo de que día tras día permanezca allí sentado, durante toda la mañana. Después de siete u ocho horas, esto es, una jornada laboral al uso, me encamino a mi apartamento, donde abro un viejo cuaderno y comienzo a escribir inspirado por todo lo que he presenciado; ahí comienza mi tiempo libre, mi descanso, mi pasión que, a la postre, suele traducirse en exitosas novelas que me reportan nada desdeñables ingresos gracias a los cuales me puedo permitir seguir, un día más, en un trabajo sin sueldo.

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