EL OBSERVADOR
3. Imagínese que ha finalizado sus
estudios y lleva ya algunos años insertado en la cadena productiva social;
cuéntenos brevemente en qué consiste su trabajo.
Cada mañana, muy temprano, antes de que el
sol asome en el horizonte y la mayoría de la gente salga de sus casas
encaminándose a sus respectivos trabajos, antes incluso de que comiencen a
pulular por ahí repartidores, panaderos y limpiacristales, tanto que más que
temprano quizá debiera decir tarde, cada noche, bien tarde, salgo de casa y me
dirijo a una de las calles que antes comenzará a ser transitada y que contará
con mayor cantidad de viandantes en unas cuantas horas, elijo uno de los
diferentes bancos municipales en ella instalados y que normalmente suelen ser
ocupados por abuelillos aburridos o adolescentes inquietos, me siento y me
limito a observar. Veo cómo la calma se convierte en movimiento, cómo surge la
vida y después deviene; observo a padres agobiados que arrastran a niños
entretenidos con el baile de unas moscas que atisban la mierda de un perro sin
correa que intenta en vano avisar a su amo de que él ya ha cumplido con su
parte del trato. Escruto la mirada de algún que otro policía local que no
termina de atreverse a acercarse y preguntarme el motivo de que día tras día
permanezca allí sentado, durante toda la mañana. Después de siete u ocho horas,
esto es, una jornada laboral al uso, me encamino a mi apartamento, donde abro
un viejo cuaderno y comienzo a escribir inspirado por todo lo que he
presenciado; ahí comienza mi tiempo libre, mi descanso, mi pasión que, a la
postre, suele traducirse en exitosas novelas que me reportan nada desdeñables
ingresos gracias a los cuales me puedo permitir seguir, un día más, en un
trabajo sin sueldo.
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