viernes, 6 de febrero de 2015

HOPE (o EL PODER DEL ESCRITOR)
     Creció dando tumbos, cada vez más lejos del lugar en el que había nacido, gracias al trabajo de su padre como analista de sistemas para el ejército; estaba acostumbrada al movimiento, así que, cuando cumplió los dieciocho, miró al viejo mapamundi que colgaba en la pared del despacho de su padre, de todos los despachos que su padre había tenido, y eligió uno de los pocos países que no había visitado aún.
     Conoció a Ewan en una granja de Nueva Zelanda en la que ella ayudaba con las tareas domésticas y él domaba caballos; pronto surgió el amor. Ella era feliz, él era él, y no hace falta decir más. La noche en que iba a decirle que estaba en cinta, una fuerte tormenta se desató obligó a Ewan a salir a apaciguar a unos nerviosos caballos salvajes. Nadie podría haberse figurado que después de tantos años, un caballo asustado fuese el causante de su trágico final.
     Después de todo un año de felicidad, Laura volvía a estar sola, a sentirse sola, a saberse sola, igual que toda su vida antes de él. Durante los siguientes meses Laura sólo hablaba con su bebé aún no nato; decidió que sería niña, y la llamó Hope, 'esperanza' en inglés.
     Serás alta como tu padre, y rubia como él, con su cabello ensortijado y sus gruesos labios -le decía dirigiéndose a su creciente barriga-, y sobre todo, igual que él, harás sonreír a todo aquel que tenga la suerte de conocerte.
* * *
     Aquí es donde el escritor decide: dejar que Hope nazca y crezca para terminar huyendo a los dieciocho -igual que su madre-, harta del gigantesco peso que Laura ha cargado sobre su espalda desde mucho antes incluso de llegar al mundo, o acabar con su vida en el vientre, antes del alumbramiento, y llevar así a Laura a la más absoluta de las locuras, dejarla con la única opción del suicidio. Tal es el poder del escritor; ¿qué hacer con él?

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