domingo, 1 de marzo de 2015

Y LA VIDA SIGUIÓ
     Conducía con decisión, con ese tipo de calma desbordada que muestran quienes transitan parajes ya conocidos y que tanto asusta a quienes, desde el asiento del copiloto, descubren por vez primera en camino.
     A pesar de ello, de los rápidos movimientos de manos al volante, de las curvas cerradas tomadas a toda velocidad, de los vertiginosos cambios de carril in extremis, de los guijarros proyectados fuera del camino y de los baches imposibles de evadir que hacían saltar al destartalado Peugeot 504 gris, a pesar de todo ello, Jacob no tenía ni la menor idea de hacia dónde se dirigía; no hace falta decir que yo aún menos.
     Conducía, como suelen hacerlo los hombres atribulados y decididos al cambio definitivo de rumbo vital, con violencia y agresividad, maldiciendo de cuando en cuando, elevando su voz ronca por encima de las altísimas notas de guitarra que salían de los altavoces del coche; a su lado yo permanecía callado, sin saber qué decir, o sabiéndolo, pero incapaz de encontrar el valor para hacerlo.
     -Jacob... -me arranqué un par de veces-.
     -Ahora no -me frenó en seco-, ahora no.
     Yo pensaba en el Lago Roca, intentaba teletransportarme a él o, al menos, lograr que mi consciencia se esfumase hasta allí durante unos pocos minutos de paz. Ignoro en qué pensaba Jacob; de hecho, es posible que ni siquiera pensase en algo concreto. De vez en cuando le miraba de soslayo, en su mirada ardía el fuego de la decisión tomada, firme; yo me preguntaba cuál sería esa decisión.
     De repente, después de una cerradísima curva, nos encontramos con el final de aquella carretera mal asfaltada; estábamos a pocos metros de la cumbre de la montaña, ante nosotros un camino de grava y piedrecillas medio embarrado por las lluvias de noviembre. Apenas necesitó medio segundo para desvelarme sus intenciones: sin apartar la vista del horizonte frunció el ceño y sonrió al tiempo que metía la primera y pisaba el acelerador a fondo, en pocos segundos llegaría el suspiro definitivo, el último. Entonces la fusión se abría completado, ya nunca más habría cara y cruz, nunca más dos voces, dos miradas, dos ideas.

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