CONSECUENCIAS
Yo era donante, eso es lo más gracioso del
asunto. Tal vez el detalle no parezca importante, pero tenedlo en cuenta: yo
era donante de sangre.
* *
*
Llevaba todo el invierno sin soltar un
estúpido resfriado por culpa de mi animadversión a los fármacos. "No pienso
tomar ni una maldita pastilla -decía yo después de seis semanas tosiendo,
estornudando y moqueando-; ya mejoraré cuando llegue el buen tiempo". La
cuadragésimo séptima tarde, coincidiendo con el estornudo número seiscientos
veintiocho, recibí una llamada telefónica de la unidad de donantes de sangre de
mi comunidad informándome de que mi sangre -no la mía en concreto, sino mi tipo
de sangre- escaseaba.
-¿Puede
pasarse a echarnos un cable? -me preguntó la amable señorona al otro lado del
aparato telefónico-.
-Lo
siento -respondí-, llevo unos días con un buen constipado.
-No
se preocupe, cuando mejore...
Y
colgó. Recuerdo que pensé "cuando llegue el buen tiempo".
Esa misma tarde salí a correr. Llovía,
mucho, demasiado; un coche patinó cuando su conductor pisó el freno en una
curva cerrada por la que yo trotaba confiado. Me pasó por encima; así que ahí
estoy yo, tendido en el suelo, desangrándome, esperando una ambulancia que me
llevará a un hospital en el que no podrán hacer nada para salvarme, básicamente
porque no disponen de una sola gota de sangre de mi tipo. Y yo estornudo por
última, o puede que penúltima vez en mi vida, y digo en voz alta "cuando
llegue el buen tiempo".
No hay comentarios:
Publicar un comentario