miércoles, 30 de septiembre de 2015

     -Escribes -me dijo con serenidad y, doce segundos más tarde, añadió-; ¿por qué?

Besos perdidos,
balazos de sangre;
vienen y van, a veces
se dejan tocar.
Piensas que podrías
retenerlos, robarlos...
pero libres son,
no tuvieron comienzo y
no temen su fin;
vagarán por siempre
entre manos nerviosas
regalando de cuando en cuando
algo de fe
con la que seguir caminando.

     -Escribo -respondí finalmente- porque no soportaría dejar escapar ni una sola idea sin intentar alcanzar, con ella, la inmortalidad.

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