-Escribes -me dijo con serenidad y, doce
segundos más tarde, añadió-; ¿por qué?
Besos
perdidos,
balazos
de sangre;
vienen
y van, a veces
se
dejan tocar.
Piensas
que podrías
retenerlos,
robarlos...
pero
libres son,
no
tuvieron comienzo y
no
temen su fin;
vagarán
por siempre
entre
manos nerviosas
regalando
de cuando en cuando
algo de fe
con
la que seguir caminando.
-Escribo -respondí finalmente- porque no
soportaría dejar escapar ni una sola idea sin intentar alcanzar, con ella, la
inmortalidad.
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