miércoles, 14 de octubre de 2015

FUEGOS FATUOS
(O LO QUE QUEDA AL FINAL DE LOS DÍAS DORADOS)
     Bailaban desnudas, permitiendo que los rayos del sol del primer verano acariciase sus aún blancas pieles. Se contoneaban y saltaban, tersos sus glúteos, duros los pechos. Enfrente un par de muchachos las observaban, la una morena, la otra rubia, boquiabiertos ellos mientras las dos se acariciaban sus pubis y se pellizcaban los pezones sonrosados. De cuando en cuando las olas del mar se atrevían a tocar sus pies haciendo parecer, a los ojos de los chicos, que levitaban sobre las aguas.
     En la distancia, mientras tanto, desde un banco del paseo que rodea la playa, yo les miraba, a los cuatro, desde mis dos mil millones de años, con desprecio y odio. Desprecio por su juventud y su inconsciencia, odio dirigido directamente hacia los últimos representantes de mis recuerdos no olvidados, hacia la última prueba de que la misma mentira que un día me engañó, volverá a hacerlo una y otra vez, día tras día, durante el resto de la eternidad.

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