FUEGOS FATUOS
(O LO QUE QUEDA AL FINAL DE LOS DÍAS DORADOS)
Bailaban desnudas, permitiendo que los
rayos del sol del primer verano acariciase sus aún blancas pieles. Se
contoneaban y saltaban, tersos sus glúteos, duros los pechos. Enfrente un par
de muchachos las observaban, la una morena, la otra rubia, boquiabiertos ellos
mientras las dos se acariciaban sus pubis y se pellizcaban los pezones
sonrosados. De cuando en cuando las olas del mar se atrevían a tocar sus pies
haciendo parecer, a los ojos de los chicos, que levitaban sobre las aguas.
En la distancia, mientras tanto, desde un
banco del paseo que rodea la playa, yo les miraba, a los cuatro, desde mis dos
mil millones de años, con desprecio y odio. Desprecio por su juventud y su
inconsciencia, odio dirigido directamente hacia los últimos representantes de
mis recuerdos no olvidados, hacia la última prueba de que la misma mentira que
un día me engañó, volverá a hacerlo una y otra vez, día tras día, durante el
resto de la eternidad.
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