martes, 12 de abril de 2016

A TRAVÉS DE LAS PAREDES
     Esto fue así: algún cable se cruzó en la cabeza de él o en la de ella, o puede que en ambas, y varios meses después de que la niña naciera, él se largó de casa. O puede que ella le echase.
     Ella se cortó el pelo, se compró una chaqueta de cuero y salió a tomarse algo; él cambió de coche y adoptó la costumbre de sentarse justo bajo la viga que su padre había usado para ahorcarse.
     Todo esto lo cuento como cronista; ni narrador ni protagonista; todo esto lo sé, sencillamente, porque soy el vecino cotilla.
     La niña empezó a llorar: de día, de noche, a todas horas. Desconsolada, inagotable, sólo cortaba el flujo de lágrimas y gemidos para clamar, de cuando en cuando, "papá". Así durante tres meses. Y un buen día él volvió, o puede que ella le pidiese que volviera; el caso es que ellos, ambos, volvieron a dormir juntos, bajo el mismo techo, en la misma cama, y esa noche, por primera vez en tres meses, la niña no lloró.

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