ESCRITOS DE UN VIEJO PREMATURO
(capítulo 27: PTERODÁCTILO AL FINAL)
-Pero,
eso que me dices es...
Su voz se quedó suspendida, flotando el eco
de sus palabras incompletas en el aire de una tarde de verano cualquiera,
abriéndose paso entre la densidad del ambiente. Por aquel entonces yo dormía en
un motel, al lado de una de las carreteras más transitadas de la región; cuando
años más tarde me trasladé a la montaña, me resultó harto complicado
acostumbrarme a la ausencia de aquel rugido constante del tráfico bamboleante.
-Me
cuesta creerlo, pero claro -volvieron sus palabras, sacándome del trance en el
que su silencio me había sumido-, claro... resulta tan...
-Contundente
-atajé-; pesado y definitivo, difícil de digerir e irreprochable, inaplazable.
Contundente como una mierda de pterodáctilo: imposible de evitar,
incontestable.
Dedujo, imagino, de mis palabras, que ya no
había ni habría vuelta de hoja: Las últimas páginas del cuaderno de mi vida se
estaban escribiendo en esos momentos; ya poco, o nada, había que hacer. En
pocos días el cáncer habría hecho (habrá hecho) su trabajo, y este viejo
pterodáctilo habrá expulsado, al final su última e inapelable gran cagada de
despedida. Adiós.
No hay comentarios:
Publicar un comentario