domingo, 20 de noviembre de 2016

EL NARRADOR (UN NUEVO COMIENZO)
     Buscaba respuestas; eso es lo que solía hacer, ser un buscador de respuestas. Con el tiempo las respuestas se parecen, cada vez más a nuevas preguntas, ligeramente familiares, como un recuerdo del pasado que aparece en la mente bajo un foco de color: azul, rojo, verde. Inevitablemente terminé sintiéndome como un periodista de investigación debe sentirse; me convertí en un buscador de preguntas: cuál es el motivo principal, cual la razón última, por qué, a causa de qué, para qué, para qué... y, por supuesto, el por qué escondido detrás de los porqué.
     Obsesión. no puedo referirme a esa nueva faceta de mi personalidad de otra forma. Me convertí en un hombre obsesionado con la verdad detrás de la verdad que va más allá de la realidad; esto es, devine en un loco completamente perdido, desorientado; un cajón de sastre lleno de demasiadas cosas que nada tenían que ver entre sí, empeñado en tejer entre todas ellas una red magistral de conexiones divinas y maquiavélicas.
     La demencia puede tener muchas, muchísimas caras; la extrema racionalidad es sólo una de ellas. La tapadera perfecta; convertido en inquisidor, quién iba a pedirme cuentas.
     Conseguí vivir así un par de años. Cada día algo más próximo a un esquizofrénico que a un genio, cada día más asustado, más cauto, con una coraza más gruesa. Hasta terminar aterrado, encerrado en mí mismo, como un animal sentenciado a muerte que termina construyéndose todo un universo particular en lo más oscuro de su madriguera: todo lo necesario para aguantar hasta el fin está aquí.
     Entonces llegó un día..., el místico punto de inflexión de todo relato, en el que algo me hizo asomar el hocico al exterior. La luz, esa luz tan intensa, tan pura, me deslumbró. Jamás hubiera pensado que una luz tan bella pudiera existir de no haberla visto aquel día, de no haber sido testigo de su esplendor, de toda la dulzura y calor que podía regalarme, de la paz que era capaz de traerme. Tomé el bolígrafo y comencé a escribir. Conforme las líneas avanzaban y las palabras se sucedían, recuerdo, pensé 'al final, siempre que escribo gracias a ti, lo hago con optimismo y confianza en el porvenir', Futuro, implacable, hermoso.
     La luz, esa luz absoluta, consiguió penetrar en mi corazón e infundirme su poder creador. Ya no había preguntas, vanas, estúpidas, ni respuestas, completamente innecesarias; sólo existía el relato, la narración perfecta. Recuerdo con precisión qué palabras utilicé para comenzar aquellas líneas que cambiaron mi vida: buscaba respuestas.

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