MALDITAS
APARIENCIAS
Más o menos sucedió así; yo estaba limpiando las cristaleras de la céntrica
tienda de una de mis clientes. Al rato de abrir sus puertas una amiga suya hizo
acto de presencia.
-Buenos días Lola –obviamente mi clienta no se llama Lola, pero, ¿acaso
importa su verdadero nombre? Por cierto, no sé si os dais cuenta pero, al
acompañar el saludo de un nombre propio deja claro que solamente pretende
saludar a esa persona y no a cualquier otra, aunque acabe de pasar,
literalmente, rozándola, rozándome-.
Al cabo de un rato conversando nuestra invitada le dice a su amiga –os
recuerdo, mi clienta-; “Lola, cuando puedas tienes que darme el número de la
empresa que te limpia; tengo en casa unas ventanas tan sucias…”.
-Puedes comentárselo ahora mismo al señor gerente. Le tienes ahí delante.
Me mira con asombro. Le sonrío.
-¿El muchacho?
Pues sí, con treinta y uno y sudado; igual que con veintidós cuando abrí
mi empresa. Es lo que tienen las apariencias, no siempre te puedes fiar de
ellas. Creo que a la amiga de Lola no le voy a hacer ‘precio de amigo’.
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