DOS
MINUTOS DESPUÉS DEL FINAL
Lo cierto es que no sabía qué hacer. Pensaba
en todos esos niños, conteniendo unas lágrimas que adivinaban inútiles,
incapaces de cambiar su destino.
Después de algo más de una hora sentado
en lo que una vez fuera el porche de aquella casa en ruinas, con la mirada
perdida en el campo que se abría paso entre los restos de una civilización caída,
sus labios se abrieron y por fin dijo algo.
-Nos hemos hecho viejos de golpe, sin pretenderlo, sin quererlo; el fin
del mundo, de aquel precioso mundo dorado y prometedor en que nos hicieron
creer casi a la fuerza, ha llegado mientras estábamos dormidos y ahora, ojos
abiertos, expectantes nuestras almas, pensamos; ¿qué puedo hacer?
A su lado, una vez más, permanecí callado; no sabía que decir, no tenía
nada que decir. Cerré los ojos y, simplemente, intenté disfrutar de su
presencia. Nada volvería a ser igual.
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