martes, 31 de julio de 2012


Vivimos en un mundo que le da excesiva importancia al continente frente al contenido. Esto es así, se puede apreciar al contratar un seguro para una vivienda; por defecto, tan solo el ‘continente’ es asegurado. El mobiliario, las prendas de vestir, los libros y los discos…, cualquier objeto que haya dentro, debe ser asegurado como un complemento, un añadido, que también lo es en el precio de dicho seguro.
En nuestro día a día, en nuestras relaciones interpersonales, nos movemos exactamente de la misma forma, centrándonos únicamente en el continente. Ansiamos una imagen envidiable y apenas fingimos querer trato con quien no la posea. Nos importan muy poco nuestros enseres interiores; nuestra capacidad de amar, nuestra oratoria, nuestra ética, nuestra empatía, nuestra cultura, nuestro saber estar, apenas parecen preocuparnos. Nos relacionamos con aquellos que, por simple juicio visual, consideramos ‘iguales’ o, en ejercicio de máxima magnanimidad, ‘equivalentes’, ‘aproximados’. Los ‘dieces’ con los ‘dieces’; los ‘sietes’ con los sietes’ o, en todo caso, con los ‘seíses’. Tal parece que somos números, nada más. ¿Debería, por lo tanto, sorprendernos el trato que de gobiernos, entidades bancarias, asociaciones empresariales y proveedores de telefonía móvil e internet, recibimos?

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