Vivimos en un mundo que le da excesiva importancia al continente frente
al contenido. Esto es así, se puede apreciar al contratar un seguro para una
vivienda; por defecto, tan solo el ‘continente’ es asegurado. El mobiliario,
las prendas de vestir, los libros y los discos…, cualquier objeto que haya
dentro, debe ser asegurado como un complemento, un añadido, que también lo es
en el precio de dicho seguro.
En nuestro día a día, en nuestras relaciones interpersonales, nos
movemos exactamente de la misma forma, centrándonos únicamente en el
continente. Ansiamos una imagen envidiable y apenas fingimos querer trato con
quien no la posea. Nos importan muy poco nuestros enseres interiores; nuestra
capacidad de amar, nuestra oratoria, nuestra ética, nuestra empatía, nuestra
cultura, nuestro saber estar, apenas parecen preocuparnos. Nos relacionamos con
aquellos que, por simple juicio visual, consideramos ‘iguales’ o, en ejercicio
de máxima magnanimidad, ‘equivalentes’, ‘aproximados’. Los ‘dieces’ con los ‘dieces’;
los ‘sietes’ con los sietes’ o, en todo caso, con los ‘seíses’. Tal parece que
somos números, nada más. ¿Debería, por lo tanto, sorprendernos el trato que de
gobiernos, entidades bancarias, asociaciones empresariales y proveedores de
telefonía móvil e internet, recibimos?
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