lunes, 10 de septiembre de 2012



PRIMER DÍA DE CLASE
        Yo debía de tener cinco o seis años, puede que siete. Era el primer día de clase después de las vacaciones de verano, poco antes de las ocho de la mañana.
Caminaba por una calle cuyo nombre no consigo recordar, asiéndome con fuerza a la mano izquierda de mi abuela. Nos dirigíamos al colegio y, mientras observaba las oscuras sombras que el incipiente sol de mediados de septiembre proyectaba sobre los grises muros de piedra de los distintos edificios que nos saludaban a nuestro paso, comencé a preguntarme si faltaría mucho para que las hojas de los árboles del parque en el que solía jugar los sábados por la tarde volviesen a caer marchitas, rojizas, secas y agrietadas. Después de un buen rato intentando ordenar los escasos recuerdos que había conseguido acumular a lo largo de mis pocos años de vida, y tras realizar el que posiblemente fuese mi primer ejercicio de razonamiento consciente, sentí la desoladora seguridad de que pronto llegarían los temidos días en que la noche caería, una vez más, a media tarde. “Bienvenidos al desierto, segunda parte”; me dije a mi mismo. Un terrible vacío se adueñó de mis entrañas, con un rápido espasmo me solté de la mano de mi abuela y me apoyé contra uno de los muros vallados de mi colegio.
Allí estaba yo, intentando recuperar un ritmo respiratorio viable, mi abuela me observaba con vete tú a saber qué ideas rondándole la cabeza, mirándome como una gacela que entiende, aún sin saberlo, los temores que asolan a su pequeña cría. Así pasamos unos minutos que por aquel entonces a mi me parecieron lustros y décadas, siglos incluso. Después de un rato levanté la vista y me encontré con la sonrisa de mi abuela quien, con su habitual complicidad, guiñó un ojo y me dijo “creo que hoy van a sacar una nueva colección de cromos, si quieres más tarde me acerco al quiosco antes de volver a buscarte”; yo sonreí. Supongo que, de alguna forma, comprendí lo que en el fondo pretendía transmitirme; me incorporé y estiré mi mano hacia la suya, caminando, una vez más, hacia un nuevo día, a su lado.

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