martes, 30 de octubre de 2012


PISTA Nº4
        Conducía sin destino, solo, mientras en su cabeza se repetían una y otra vez, en bucle, las imágenes de la última noche.
        La verdad es que todo había empezado como un juego, cuatro meses atrás; él no era más que otro encantador de serpientes desplegando todos sus trucos de prestidigitación delante de su penúltima víctima. Pero había algo en ella; el brillo de sus ojos grises, profundos, tan nostálgicos que lo único que podían inspirarle era un profundo deseo de abrazarla con fuerza y besarla sin descanso hasta el fin de los tiempos. “¿Será esto el amor?”, se preguntaba mientras la contemplaba extasiado a la mañana siguiente, mientras ella se secaba el pelo, desnuda, a tan solo dos metros de la cama desde la que él la contemplaba, sorprendido y emocionado como quien acaba de encontrarse, por casualidad, un ángel en el lugar menos esperado.
        Durante los tres primeros días no la dejó salir de la habitación; él preparaba algo para almorzar a mediodía y cuando caía el sol, se ocupaba de atender al teléfono inventándose alguna excusa que le permitiese a ella permanecer allí, a su lado, una hora más.
        Las semanas habían transcurrido y su pasión y admiración inicial por ella habían dado paso a una profunda devoción; quién le hubiese dicho, apenas unas horas antes de conocerla, que incluso un tipo como él, aficionado a la aventura de la seducción y al engaño como deporte, podría encontrar una persona que le hiciese temblar de emoción ante la simple idea de su imagen borrosa, acercándose, en una próxima cita. Pero así era; o así fue durante el breve tiempo que el cáncer terminal que ella padecía, les regaló.
        De la última noche, aquella en que yacieron desnudos, compartiendo el poco calor que aún les quedaba a ambos, bajo las sábanas, en el silencio de una fría habitación de hospital, hacía ya más de un año; pero para él, aquellos últimos besos, aquellas caricias tan tristes como sinceras, mientras en su cabeza se repetía incesantemente la misma canción, lo eran todo. Conducía; lo hacía cada noche desde entonces, sin descanso, sin destino o rumbo, intentando resucitarla mientras se afanaba en mantener vivo su recuerdo, oyendo una y otra vez, a través de los altavoces de su coche, la triste melodía de la pista número cuatro.

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