RESPONSO
PARA UN VIVO
El vino empieza a hacer su trabajo;
después de un par de copas me siento ebrio, anestesiado, indolente. A través de
los altavoces del giradiscos, la voz de Johnny me cuenta una historia que no me
resulta desconocida.
“Me he herido a mí mismo hoy
para ver si aún soy capaz de sentir”.
Sentado, con la mente en blanco y las
manos al volante, conduzco por una carretera sin rumbo ni destino. Las imágenes
que atesoro en mi memoria se suceden a toda velocidad, como si de fotografías
colgadas en postes de luz, a ambos lados de una vía de tren por la que una
locomotora sin control me lleva hacia la siguiente meta volante, se tratase.
Ante ellas, me siento incapaz de pronunciar palabra; el silencio es absoluto,
el vacío incontestable.
“¿En qué me he convertido,
mi dulce amigo?”.
Me detengo en algún lugar de mi pasado.
“Llevo esta corona de espinas,
me siento en mi trono de mentiroso”.
Poco importa si esto es una confesión o
producto de mi fértil imaginación; el hecho es que estoy gritando sin abrir la
boca, mientras trato de convencerme a mi mismo de que no necesito ayuda.
“Si pudiera empezar de nuevo,
a un millón de millas de aquí,
…encontraría la manera”.
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