CONVERSACIÓN INSOSTENIBLE
Ahí estoy yo, tan tranquilo, tomándome
una cerveza bien fría, tan a gustito. Entonces entra en el garito un imbécil,
uno de esos que saben mucho sobre un montón de cosas, uno de esos ‘elegidos’
cuya opinión siempre tiene mucho más valor que cualquiera de las tuyas que,
además, ante él pierden el divino derecho de ser respetadas.
De vez en cuando te encuentras
personajes así; individuos a los que te apetece decirles algo así como “¡eh,
tranquilo! Aún no se ha abierto la ventanilla, vas a tener que esperar; por
desgracia yo ya he terminado aquí, así que…”. Pero luego nunca te atreves a
hacerlo.
El caso es que el tipo acaba de entrar,
me echa un vistazo, levanta sus cejas a modo de saludo y se dirige hacia mí;
empieza el baile de disfraces, la danza de los tontos.
Durante unos treinta o cuarenta interminables,
eternos e insufribles minutos conversamos acerca de los ‘pioneros del rock
español’. Nota bene; digo conversar por llamarlo de alguna manera mínimamente
racional, cuando lo cierto es que durante toda nuestra charla lo único que
hacemos es mantener un diálogo de besugos en el que yo intento exponerle
algunos hechos constatados que no tienen que ver para nada con mis gustos o
preferencias o mi opinión –vamos, que le doy datos como quien fue el primero en
grabar un disco considerado de rock urbano, o cual fue la primera canción
nacional en ser denominada como rock duro y cosas así-, mientras él se limita a
decirme “sin ánimo de ofender, pero no estoy de acuerdo contigo; tal o cual
grupo o músico me parece una mierda totalmente prescindible”. Mi cabeza se resiente
con semejantes palabras, me duelen los oídos, siento la imperiosa necesidad de
abrirme una botella de vino tinto y beberme un buen trago; después otro trago y
otro más, hasta que no quede ni gota dentro de la botella. Entonces podría
estampársela en la cabeza.
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