jueves, 29 de noviembre de 2012


PRIMERA INCURSIÓN EDITORIAL
DE UN TIPO LLAMADO JACOB MARTÍN
        Lo había dado todo en aquella novela; durante casi un año de su vida, no había habido ni un solo minuto en el que Jacob no le dedicase hasta la última neurona de su maltrecho cerebro a la composición de su gran debut, de su primera incursión en el mundo del arte supremo, aquel que incluso nuestro Señor animó a practicar a sus primeros y más destacados profetas, la Literatura.
        Después del proceso creativo, tan reconfortante como exigente, tan estimulante como agotador, llegó la más patente y absoluta de las frustraciones; después de comprobar que el mundo editorial no estaba por la labor de abrir sus puertas a alguien nuevo que careciese de la debida recomendación o, aún mejor, del apadrinamiento por cuenta de un Eduardo Mendoza o un Ray Loriga, se decidió por la temible ‘auto-publicación’. Cuatro meses de desasosiego, frenesí, insomnio y malestar general, en los que descubrió que para que un escritor novel pueda editar su propia obra, debe lidiar con formularios y formulismos controlados por una agencia comandada por las principales editoriales no-independientes del país, Jacob consiguió ver, al fin, como su obra tomaba forma física y legal. Para entonces ya había establecido contacto con algunas librerías en las que podía depositar unos ejemplares de su libro a fin de ofrecérselo al público en general.
        El tiempo pasó; un año después de haber realizado una entrega en una de las librerías más importantes de su ciudad natal, la ilustre Librería Don Quijote, recibió un correo electrónico en el que le invitaban a aproximarse a la citada librería a fin de recoger algunos ejemplares ‘sobrantes’ y ‘liquidar’ las ventas realizadas hasta la fecha. Mientras salía por la puerta de la sección de contabilidad, donde le habían devuelto incluso una copia de prueba, con la que había obsequiado al gerente, Jacob Martín, que empezaba a sentirse abocado a un futuro de escritos ocultos en cuadernos de cartoné que no verían jamás otros ojos que no fuesen los suyos, no pudo evitar permitir que una salada lágrima se le escapase y deslizase por su cara, convirtiendo a su paso, su rostro, en el yermo semblante de un anciano de apenas treinta años.

No hay comentarios:

Publicar un comentario