miércoles, 12 de diciembre de 2012


DIARIO DE UN LIMPIACRISTALES
        El despertador suena a eso de las seis menos cuarto de la mañana. Digo ‘a eso’ porque soy consciente de que no está en hora; de hecho sé que se encuentra adelantado entre cuatro y siete minutos. Es más, lo cierto es que rara vez llega a sonar pues, gracias a mi despertador biológico, suelo despertarme unos minutos antes de la hora indicada.
        En los meses de primavera y verano este horario no supone un problema en si mismo, en invierno la cosa es diferente; salir de casas a oscuras, cuando aún no ha amanecido, y volver en las mismas condiciones, no es agradable, nada agradable. Que tus manos se congelen hasta el punto de que uno de tus dedos se disloque por un golpe fortuito, sin que te percates de ello, o que tu piel se cuartee hasta que en tus manos se abran llagas y sangres, no resulta gratificante en absoluto. No termino de creerme que, en estos términos, el trabajo dignifique; me niego a ello.
        De cuando en cuando te entran ganas de pisarle la cabeza a alguno de esos imbéciles que se empeñan en convencerte de que, y de hecho parecen creérselo ellos mismos, te entienden a la perfección –sí, claro; sin duda alguna, estoy seguro de que tu sufres el frío tanto como yo mientras te sientas en tu puñetero sillón de polipiel al lado de ese maravilloso radiador ‘DeLonghi’ que te compraste por cincuenta euros en las rebajas del año pasado-.

No hay comentarios:

Publicar un comentario