DIARIO
DE UN LIMPIACRISTALES
El despertador suena a eso de las seis
menos cuarto de la mañana. Digo ‘a eso’ porque soy consciente de que no está en
hora; de hecho sé que se encuentra adelantado entre cuatro y siete minutos. Es
más, lo cierto es que rara vez llega a sonar pues, gracias a mi despertador
biológico, suelo despertarme unos minutos antes de la hora indicada.
En los meses de primavera y verano este
horario no supone un problema en si mismo, en invierno la cosa es diferente;
salir de casas a oscuras, cuando aún no ha amanecido, y volver en las mismas
condiciones, no es agradable, nada agradable. Que tus manos se congelen hasta
el punto de que uno de tus dedos se disloque por un golpe fortuito, sin que te
percates de ello, o que tu piel se cuartee hasta que en tus manos se abran
llagas y sangres, no resulta gratificante en absoluto. No termino de creerme
que, en estos términos, el trabajo dignifique; me niego a ello.
De cuando en cuando te entran ganas de
pisarle la cabeza a alguno de esos imbéciles que se empeñan en convencerte de
que, y de hecho parecen creérselo ellos mismos, te entienden a la perfección –sí,
claro; sin duda alguna, estoy seguro de que tu sufres el frío tanto como yo
mientras te sientas en tu puñetero sillón de polipiel al lado de ese
maravilloso radiador ‘DeLonghi’ que te compraste por cincuenta euros en las
rebajas del año pasado-.
No hay comentarios:
Publicar un comentario