jueves, 24 de enero de 2013


ASCENSORES DE TRES PLANTAS
        Lucinda Williams ha empezado a sonar en el equipo de música del salón, me siento justo al lado de los altavoces, con una copa de vino riojano y un libro de Jean-Michel Guenassia a mano; al fin estoy en casa, lejos –aunque tan sólo a la distancia del grosor de las paredes de mi hogar- de un mundo empeñado en exterminarse, poco a poco, a si mismo.
        Al principio fuimos cazadores; corríamos para conseguir comida y perpetuar la especie. Después inventamos la rueda, iniciando con ella el movimiento del progreso y, más tarde, vehículos sobre los que desplazarnos cómodamente sentados; entonces comenzamos a abandonar nuestra vieja costumbre de competir en velocidad contra cualquier otra especie animal. Nos acomodamos, llevamos haciéndolo más de dos mil años.
        Puedo sentir el paso de toda nuestra Historia dentro de mí esta noche.
        Lentamente empezamos a asumir que cada nuevo avance estaba destinado, no a la ayuda o al apoyo de aquellos que por cuestiones de enfermedad o edad lo precisaban, sino a permitirnos reservar nuestras energías intactas para momentos de verdadera necesidad; nos anquilosamos, nos abotargamos. Aceleramos vertiginosamente nuestra decadencia.
        Me pregunto para qué sirve un ascensor, cual es su verdadera utilidad, ¿prevenir las lesiones de rodilla de un niño de doce años que llega de clase de inglés y vive en un segundo piso, o facilitarle a un anciano que suba hasta su casa, en ese mismo segundo piso, las cuatro bolsas de la compra cargadas de patatas, cartones de leche, huevos y latas de conservas?
        ¿Es ésta la auténtica naturaleza del hombre; buscar su comodidad aún a costa de su supervivencia, de su calidad de vida, de su realización; obviar la satisfacción de los objetivos conseguidos a través de la voluntad y su ejercicio? Tal vez simplemente esté hablando de ascensores de veinte mil euros en edificios de tres plantas, aunque puede que debajo de ellos haya algo más que un simple hueco para maquinaria; ¿tal vez, una gran tumba para toda la Humanidad?

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