Y
TODO ES CUESTIÓN DE ACTITUD
Caminábamos a lo largo de una carretera
desierta que debía de llevar abandonada desde el final de la Gran Guerra; no
teníamos destino, ni intenciones más allá de seguir en movimiento, recordando
todo lo que nuestros mayores nos habían contado acerca del mundo en tiempos
pretéritos y desconocidos.
-Hoy me siento bien, muchachos, realmente
bien -comentó en voz alta Ernesto, uno de los más jóvenes del grupo-.
-Tampoco importaría mucho que fuese de otra
forma, ¿no creéis? -comenta en un susurro nada sutil, con una socarrona sonrisa
en el semblante, Juan, uno de los veteranos con ya casi treinta años-.
-Me resulta tan graciosa tu actitud Juan.
-No veo qué puede tener de graciosa.
-Apenas tienes siete años más que yo
-comienza Ernesto-, diez más que el benjamín de los casi cincuenta que somos;
hace menos de cuarenta años, eso te habría incluido en el mismo saco que a
prácticamente todos nosotros. ¿Qué te hace pensar que has visto algo que no
hayamos presenciado los demás, o que en tu historia personal existan manchas
distintas a las de cualquiera de tus compañeros?
-Algún día, Ernestito, acabarás igual que lo
hicieron tu padre o el mío, muerto demasiado joven para que algo de todo esto
tenga sentido.
-Supongo que tienes razón Juan, pero,
mientras tanto, yo pienso seguir concediéndole valor a cada minuto regalado en
este precioso planeta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario