jueves, 2 de mayo de 2013



     Aitor no debería estar ausente hoy; él me regaló la idea de la utopía, la voz rota en directo, la fuerza cuando más la necesité. Él debería estar aquí para ser padrino de mi primer hijo, para ser testigo de mis vanos intentos por alcanzar la trascendencia, por cambiar algo.
     Aitor debería estar aquí para sonreír conmigo, hemos ganado tronco; puede que lo haga -sonreír por mí-, que lo esté haciendo en este preciso instante, desde alguna estrella, allá arriba.
     A él le hubiese gustado oír este último disco del Loco, o el de Quique, y eso que no sé si alguna vez llegó a conocerle.
     Aitor debería estar aquí hoy..., y puede que sea así. Tal vez él ande por aquí cada vez que me pongo una americana con pantalones vaqueros, igual que mi abuelo se pasea por los bares que frecuento cuando salgo de casa con corbata y nudo windsor.
     Aitor debe de estar aquí, en algún lugar, por el simple hecho de haberse quedado instalado en mi memoria, escondido entre las páginas de cada cuaderno que escribo, paseándose por mi salón cuando tenemos visita y pongo viejos vinilos de Johnny Cash o Neil Young, sujetándome cuando el vino tinto empieza a hacerme tropezar, como mi abuela acaricia mis cabellos cuando no puedo más y estoy a punto de reventar.
     Aitor anda por aquí, no puedo dudarlo, lo hace siempre que quedamos Aca y yo -y él- delante de un café o una cerveza y nos reímos recordando las estupideces que un día fueron el mejor de los motivos para comenzar una guerra y combatir a los feroces enemigos de la verdad.
     Aitor vive, lo sé, y seguirá vivo mientras me quede sangre caliente revolucionándose por mis venas, buscando respuestas que a nadie más importan, empeñándose en aguantar un poco más, hasta que el sol vuelva a asomar entre las nubes y nos regale, una vez más, la esperanza de su promesa.

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