Nada, nada de nada -se repetía Carlos
constantemente-; lo cierto es que no tengo nada que ofrecer, soy como el tipo
aquel de la canción de Bowie.
Estaba claro que Carlos se había ido
hundiendo, ignoro si poco a poco o de golpe, en un pozo del que ahora no sabía
o no quería salir. Se pasaba los días echándose cosas en cara a sí mismo:
recuerdo cierta Navidad -le escribió en una carta a su esposa, carta que jamás
llegó a enviarle- en que tu hermano le hizo un regalo a su futura mujer que
provocó en ella saltos de felicidad y emoción, como un niño al que los Reyes
Magos deciden traerle lo que de verdad desea y no un sucedáneo de sus
ilusiones. Ignoro -proseguía la misiva- qué podría hacerte reaccionar de la
misma forma. Si ni tan siquiera valgo para darte un hijo...; entiéndeme, sé que
podemos tener un hijo, probablemente, pero para ello necesitamos de la ayuda de
un médico -cierta enfermedad juvenil había dejado a Carlos al borde de la
infertilidad-. Un médico..., un médico puede darte un hijo, yo no; aunque sea
mío. Un médico..., un médico que coja algo mío y lo arregle lo suficiente para
que pueda servirnos de algo; un médico que arregle algo mío, yo no tengo
arreglo.
Es un hecho, Carlos estaba, y continúa
estando, jodido. Abatido, derrotado, desesperado, caído, vencido... prácticamente
muerto.
Por suerte yo no soy Carlos, podría serlo,
podría verme superado por mis dificultades biológicas para alcanzar la
paternidad, pero no es así. Yo, al igual que Carlos, no puedo ser padre sin la
ayuda de un médico que juguetee con mis defectuosos soldaditos, también en mi
caso todo es culpa de una enfermedad que padecí cuando no era más que un
muchacho que poco podía pensar en futuros descendientes. Yo podría ser Carlos,
es cierto, pero no lo soy; he estado cerca de convertirme en él, no puedo
negarlo, pero mi mujer, mi suegra, mis padres y mis amigos, mi gente, no me lo
han permitido.
Ahora, sentado frente a estas hojas que
estoy garabateando con decisión, no puedo evitar sonreír. Hace unas horas el
teléfono sonó y al otro lado, un médico especializado en arreglar cosas que no
funcionan del todo, nos informaba de que siete embriones nuestros, siete
proyectos de persona en su más esencial forma, están listos para salir
adelante. Siete de ocho posibles; y eso que decían que lo habitual son cinco, a
lo sumo seis de ocho. Siete..., siete luchadores natos, siete super-hombres en
potencia, siete promesas, siete esperanzas. Siete... mi nuevo número de la
suerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario