domingo, 9 de junio de 2013

     Nada, nada de nada -se repetía Carlos constantemente-; lo cierto es que no tengo nada que ofrecer, soy como el tipo aquel de la canción de Bowie.
     Estaba claro que Carlos se había ido hundiendo, ignoro si poco a poco o de golpe, en un pozo del que ahora no sabía o no quería salir. Se pasaba los días echándose cosas en cara a sí mismo: recuerdo cierta Navidad -le escribió en una carta a su esposa, carta que jamás llegó a enviarle- en que tu hermano le hizo un regalo a su futura mujer que provocó en ella saltos de felicidad y emoción, como un niño al que los Reyes Magos deciden traerle lo que de verdad desea y no un sucedáneo de sus ilusiones. Ignoro -proseguía la misiva- qué podría hacerte reaccionar de la misma forma. Si ni tan siquiera valgo para darte un hijo...; entiéndeme, sé que podemos tener un hijo, probablemente, pero para ello necesitamos de la ayuda de un médico -cierta enfermedad juvenil había dejado a Carlos al borde de la infertilidad-. Un médico..., un médico puede darte un hijo, yo no; aunque sea mío. Un médico..., un médico que coja algo mío y lo arregle lo suficiente para que pueda servirnos de algo; un médico que arregle algo mío, yo no tengo arreglo.
     Es un hecho, Carlos estaba, y continúa estando, jodido. Abatido, derrotado, desesperado, caído, vencido... prácticamente muerto.
     Por suerte yo no soy Carlos, podría serlo, podría verme superado por mis dificultades biológicas para alcanzar la paternidad, pero no es así. Yo, al igual que Carlos, no puedo ser padre sin la ayuda de un médico que juguetee con mis defectuosos soldaditos, también en mi caso todo es culpa de una enfermedad que padecí cuando no era más que un muchacho que poco podía pensar en futuros descendientes. Yo podría ser Carlos, es cierto, pero no lo soy; he estado cerca de convertirme en él, no puedo negarlo, pero mi mujer, mi suegra, mis padres y mis amigos, mi gente, no me lo han permitido.
     Ahora, sentado frente a estas hojas que estoy garabateando con decisión, no puedo evitar sonreír. Hace unas horas el teléfono sonó y al otro lado, un médico especializado en arreglar cosas que no funcionan del todo, nos informaba de que siete embriones nuestros, siete proyectos de persona en su más esencial forma, están listos para salir adelante. Siete de ocho posibles; y eso que decían que lo habitual son cinco, a lo sumo seis de ocho. Siete..., siete luchadores natos, siete super-hombres en potencia, siete promesas, siete esperanzas. Siete... mi nuevo número de la suerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario