Fueron tres días harto complicados. En
primer lugar estaba la fiebre, que desde que se manifestase por primera vez, el
domingo, no había bajado nunca de los treinta y ocho grados. También estaban
las nauseas, los accesos de tos, la desorientación que acompañaba a la fuerte
sensación de mareo y una cefalea mordaz. Por otra parte, el teléfono no dejó de
sonar ni un segundo, así que, al menos, no tuvo tiempo de preocuparse por lo
que se le venía encima; a estas horas, imagino, todo habrá acabado y ya no
tendrá vuelta de hoja.
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