CONSIDERACIONES ACERCA DE LA FE
-EPÍSTOLA
DEL TOLERANTE-
Siendo yo crío, allá por los últimos
ochenta y los primeros noventa, ser ateo en España estaba mal visto. No me
entiendan mal, España estaba llena de falsos creyentes que se presentaban como
católicos, apostólicos y romanos a pesar de que, en el fondo, no creían -o
preferían no creer- en la existencia de Dios; hasta aquí ningún problema. Otra
cosa bien distinta eran aquellos pocos irreflexivos que se catalogaban de ateos
convencidos, lo que por aquellos días era, más o menos como en plena Edad
Media, una herejía en toda regla. Muy pocos eran los osados o incautos.
Los tiempos han cambiado; afortunadamente
para las legiones de ateos -serlo está de moda desde hace unos años-, los creyentes
se han vuelto tolerantes. En cambio, algo pasa con aquellos que rechazan la
posibilidad de que exista un Creador. Ahora son los creyentes quienes se ven
obligados a ocultarse de la luz del día que, saben y no creen, Dios creó para
todos, todos nosotros.
Ser ateo está de moda, le permite a uno
convertirse en su propio dios y elevar así, todas y cada una de las máximas que
se le antojen, al más alto nivel concebible de justificación moral. Ser
intolerante, soez, irrespetuoso, retrógrado, desconsiderado, intransigente, vulgar
o vengativo, es opcional. Aún así, cualquiera diría que todos estos
calificativos han de acompañar indefectiblemente al ateísmo moderno; dónde está
la tolerancia solicitada tiempo atrás para con los descendientes espirituales
de aquellos criticables integristas espirituales. ¿Deben acaso los creyentes de
hoy pedir perdón a los ateos actuales por las injusticias cometidas por la
Santa Inquisición hace tanto tiempo que nadie podría asegurar si es
descendiente de los unos o los otros -ateos o inquisidores de aquellos días-?
Resultaría, en mi opinión, ilógico.
De vez en cuando, he llegado a oír cosas
como 'si tu dios así lo quiere...'. ¿Tu dios, mi dios? Para empezar se supone
que hablamos de Dios, con mayúscula, a secas. Para un creyente Dios es, y no
importa si uno ha decidido creer en Él o no. Es lo mismo que sucede si te
olvidas de felicitar a tu madre el día de su cumpleaños; se sentirá
decepcionada o dolida, incluso menospreciada pero, aún en el caso de que tu
olvido la lleve a renegar de ti, nada podrá borrar el hecho de que fue ella la
que te trajo al mundo. Es tu madre, y punto.
No creo que sea mucho pedir que, en la
misma medida que un creyente medio se abstiene de catalogar a cualquiera que se
jacte de no acudir jamás a misa, ese mismo ateo no se burle de un creyente que
decide bendecir los alimentos que se dispone a degustar. "Es que yo soy
ateo -recuerdo haber oído en cierta ocasión-, no quiero que bendigas mi
comida". El 'oficiante', muy tranquilo contestó: "bendigo nuestra
comida, la de todos, no sólo la tuya, porque creo que es justo hacerlo y porque
tu alma me preocupa tanto como la mía; en eso consiste mi Fe. En cualquier
caso, si tú no crees que haya nadie escuchándome, qué daño puede hacerte que
pronuncie unas cuantas palabras en voz alta dirigidas, según tú, a un ente
imaginario; ¿tanto te cuesta dejarme ser feliz?".
Hace años una amigo mío comenzó a mofarse
cuando empecé a rezar al comienzo de un largo viaje, que, por otra parte,
realizábamos en un vehículo de mi propiedad. Cuando le respondí, visiblemente
enfadado, invitándole a callarse y guardar silencio durante unos minutos, él me
amenazó con bajarse del coche si volvía a coartar su libertad para burlarse de
mí. La Fe en Dios me permitió callar y no decirle "tú mismo, bájate de mi
coche si es lo que quieres, pero, mientras estés en él, voy a rezar si me da la
gana, y tú, te vas a callar; hay algo en este país que los juristas llaman
'libertad de culto'". Pude haber pronunciado estas palabras, lo habría
hecho con razón moral, pero no con razón espiritual; esa es la tolerancia que
Dios me regala, la misma que me gustaría que los diversos dioses a los que la
mayoría de mis conocidos ateos rinden culto, les regalasen a ellos para mi
propio beneficio y tranquilidad.
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