viernes, 19 de julio de 2013

EL DÍA EN QUE CONOCÍ AL APÓSTOL JACK
Si no me equivoco era viernes,
como hoy -puede que haya sido hoy
después de todo-;
yo estaba cansado, agotado
tras un día de trabajo duro bajo el sol,
discutiendo con imbéciles a treinta grados
mientras sólo podía pensar en volver a casa,
abrazar a mi familia y decirles 'os quiero'.
Pero nada, los zoquetes insistían
-si tienen poder son más difíciles de digerir-,
así que tragué y seguí sudando profusamente.
Cuando llegué al hogar
el maldito teléfono me impidió disfrutar
de los besos y las caricias y la alegría
que suele invadir a aquellos hombres
que realmente son afortunados,
cuando abren la puerta de su morada
una vez han logrado volver a sobrevivir ahí fuera.
De repente, mientras una voz hostil
intentaba convencerme del fin del mundo
desde su cómodo sillón orientado, sin duda,
hacia un gigantesco aparato de aire acondicionado,
una evocadora melodía de piano me cautivó;
salía de los amplificadores de volumen
de la pantalla de mi ordenador y
me hizo recordar a cierto joven arrogante
al que solía tratar muchos años atrás.
Colgué sin despedirme y subí los decibelios;
ahí estaba él,
perro viejo curtido y sin coartada,
preparado como llevan siglos intentando estarlo
millones de jóvenes cada noche de viernes,
conocedor obvio de obviedades añejas,
predicador de la pasión, la alegría y el optimismo,
apóstol a la carga, listo para disparar.
¿Acaso alguien te va a dar más hoy?

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