INSTRUCCIONES
DE USO
Si un día -bueno o malo será cosa que
juzgar en otro tiempo y también, supongo, en otro lugar- llega a tus manos un
cuaderno en blanco -poco importa si te lo has encontrado tirado en medio de la
calle o en el fondo de un cajón de tu escritorio en el que no rebuscabas desde
hacía quince años, si lo has comprado con la esperanza de dar forma en él a tu
primera novela, o si te lo ha regalado tu hijo animándote a llenarlo de
palabrejas y tachones para después pasárselo-, no olvides que no hay
instrucciones de uso para el correcto ejercicio de meterle mano y empezar a
pervertirlo; tan solo elige un bolígrafo -un lápiz también es válido, aunque yo
prefiero el tachón al borrón, ya sabes, dejar pruebas- y lánzate a por cada
hoja sin darle demasiadas vueltas.
Después de todo, no conviene tomarse excesivamente
en serio a uno mismo, y aún menos cuando uno toma conciencia de la posibilidad
de su propia eternidad.
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