domingo, 4 de agosto de 2013

SERÁN LOS GENES
     El caso es que hay días en que a uno no le queda más remedio que dejar cualquier actividad que esté realizando y salir a correr, a sudar, a prevenir una eventual encarcelación tras cometer algún crimen atroz debido a la incapacidad de procesar la incompetencia ajena.
     Resulta frustrante; uno se parte el lomo intentando ofrecer lo mejor de sí mismo, aún más, y ser todo lo profesional que el más exigente de tus clientes pueda desear, para después encontrarte constantemente con un atajo de conformistas, chapuceros y pasotas, que muchas veces son esos mismos clientes, intentando sacarte los cuartos por un servicio, como poco, deficitario. Así que algunos días, al finalizar tu jornada, te encuentras encabritado pensando que, al parecer, debes pedir perdón a un montón de ineptos por ser mínimamente exigente; no, no mínimamente, sino tanto como lo eres contigo mismo, o como lo pueden ser ellos con tu trabajo.
     Entonces te acuestas, te encuentras en la cama incapaz de conciliar el sueño, pensando que tal vez llegue un día en que tengas que pedirles perdón a tus hijos por enseñarles a ser profesionales, íntegros, honestos y voluntariosos, y abocarles así, a sufrir una desilusión mayor que la tuya misma; verles condenados a un perpetuo estado de cabreo y desilusión que empieza a parecerte, a estas alturas, genético.

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