SERÁN
LOS GENES
El caso es que hay días en que a uno no le
queda más remedio que dejar cualquier actividad que esté realizando y salir a
correr, a sudar, a prevenir una eventual encarcelación tras cometer algún
crimen atroz debido a la incapacidad de procesar la incompetencia ajena.
Resulta frustrante; uno se parte el lomo
intentando ofrecer lo mejor de sí mismo, aún más, y ser todo lo profesional que
el más exigente de tus clientes pueda desear, para después encontrarte
constantemente con un atajo de conformistas, chapuceros y pasotas, que muchas
veces son esos mismos clientes, intentando sacarte los cuartos por un servicio,
como poco, deficitario. Así que algunos días, al finalizar tu jornada, te
encuentras encabritado pensando que, al parecer, debes pedir perdón a un montón
de ineptos por ser mínimamente exigente; no, no mínimamente, sino tanto como lo
eres contigo mismo, o como lo pueden ser ellos con tu trabajo.
Entonces te acuestas, te encuentras en la
cama incapaz de conciliar el sueño, pensando que tal vez llegue un día en que
tengas que pedirles perdón a tus hijos por enseñarles a ser profesionales,
íntegros, honestos y voluntariosos, y abocarles así, a sufrir una desilusión
mayor que la tuya misma; verles condenados a un perpetuo estado de cabreo y desilusión
que empieza a parecerte, a estas alturas, genético.
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