sábado, 9 de noviembre de 2013

     Todo estaba en silencio, con esa extraña quietud tan propia de las primeras horas de la mañana que, a ratos inspira paz, a ratos te hace estremecer. Fuera, en la calle, no había nadie; puede que en algún lugar de la ciudad, otra docena de personas se encontrase trabajando, pero en aquel portal, al menos, no había noticias de ellos.
     De pronto me dio por pensar qué sucedería si, de repente, me mareaba y caía desplomado al suelo, como si fuese un pajarillo abatido por el mortal disparo de un certero cazador; cuánto tiempo pasaría antes de que alguien me encontrase, me socorrería, sería a tiempo o, por el contrario, todo lo que hallaría sería un inanimado cuerpo que horas atrás encerraba y guardaba mi espíritu. Percibí que la altura de mis pensamientos comenzaba a embargarme; mi imaginación se apoderaba de mí, escapando de cualquier posibilidad de control por mi parte.
     Al cabo de unos minutos me sentí derrotado, así que me dejé caer, parecía lo más lógico. Ahora yazco aquí, tendido en el frío suelo de un portal sin mucho tránsito; ignoro si alguien me encontrará antes del amargo final, tampoco me importa. Creo que he empezado a comprender que eso del 'final', después de todo, no es para tanto.

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