domingo, 26 de enero de 2014

REFLEJOS DE MI TIEMPO
     Algunos días, cuando consigo rascarle algo de tiempo a mis tareas y obligaciones como trabajador y ciudadano, padre y hombre social y sociable, y me siento delante del papel, a dedicarle unos minutos -a veces, qué fortuna, incluso horas- al bello ejercicio de escribir, me da por pensar en lo realmente afortunado que soy al poder disfrutar de estos regalos temporales ocasionales.
     Debajo de mi casa, por poner un ejemplo de la clase de cosas que se pasean por mi cabeza cuando escribo, hay un pequeño bar regentado por una pareja de unos treinta y tantos. Abren a eso de las diez de la mañana, cierran hacia las cinco, comen allí mismo y vuelven a abrir sus puertas, hasta las doce de la noche, las dos si es viernes o sábado. Así todos los días, de lunes a domingo, mes tras mes, a excepción de diez días en agosto que se toman para 'descansar'. Cuando paso por delante del ventanal del establecimiento y les veo engullir sus platos de cocido, mientras observan con rostros agotados y entumecidos el 'Canal Historia' en su televisor de cuarenta y pico pulgadas, me imagino que cuando llegan a casa estarán demasiado cansados para ver una película o arriesgarse a comenzar una conversación. Supongo que cada mañana se levantarán un tanto apáticos, movidos exclusivamente por la fuerza de la certeza de que hay demasiadas obligaciones que atender como para tomarse unos minutos que dedicar a algo distinto de 'lo habitual'. Me pregunto si habrán decidido dejar de hacer cualquier tarea doméstica, hartos e indolentes; quizá piensen "qué nos coma la mugre si quiere, yo no voy a limpiar".
     ¡Qué mierda de vida!, me digo entonces; cómo hemos podido llegar a crear una sociedad tan sumamente organizada y llena de cargas como para que la vida de una persona, de cualquier persona, se vea obligada a resumirse a eso, trabajo y apatía. ¿Cómo? Y, aún más importante, ¿para qué?

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